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miércoles

idiota...

 

 dig

jueves

(skulls allways keep a smile)

(Hace unos meses escribí esta especie de relato absurdo sobre un abandono, que hoy rescato, oportunamente. En áquel momento "pensaba" que el amor que sentía con todo mi ser era indestructible, más allá de esta vida, incluso de la muerte. Aún así, escribí esto, y como si lo hubiera provocado, la realidad ha "imitado" a la ficción, cosa inevitable y que por otro lado no me disgusta. Ahora mi corazón está volando de nuevo, por suerte, pero no quiero perder lo sucedido de vista: que no hay nada permanente, ni seguro, ni inalterable, la vida es cambio continuo y aprendizaje, y eso precisamente es lo que la hace tan maravillosa.

Saludos a todos. Y besos para los que gusten. Me voy de vacacioneeeeessss!!! ^^)

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-¿Qué haces?

-Ver porno. ¿Y tú?

-Pensaba en ti…

-Pues deja ya de perder el tiempo ¿me oyes? No vuelvas a llamar.

Dead_Girl_by_frecklefaced29

No fue una conversación demasiado larga, duró justo lo que tenía que durar. Después de un rato, cuando la aguda e intermitente señal se volvió desagradable, la chica notó que aún tenía el auricular en la mano, y como es lógico, colgó. Excepto por ese pequeño detalle su reacción fue bastante sorprendente: se tumbó en el sofá, chupó indiferente una vez más su cigarro y, de pronto, contra todo pronóstico, comenzó a reír a pleno pulmón. Sus carcajadas llenaron la casa como un perfume, de alguna manera liberándola del aire asfixiante y opresivo que durante los últimos meses la había invadido sin compasión; y aunque en la calle el día tenía el tono plomizo de la ceniza, las habitaciones se llenaron de una insólita y particular luz, como si los muebles, el suelo y las paredes hubieran recordado por fin su verdadero color.

La risa escapaba sin descanso de la boca de la muchacha pero ese hecho no debería llevar a engaño a nadie: ella sufría. Aún le pesaban en la garganta todas las palabras dichas y su cuerpo recordaba desesperado cada una de las caricias y sus correspondientes trayectorias. En su mente no se habían borrado ninguno de los sueños, los silencios y los momentos que compartieron, y aunque lo natural en estos casos es que el centro de mando del cerebro, acuciado por todos esos oscuros sentimientos que nacen de la pérdida de un amor, hubiera enviado la señal correcta a las neuronas, lo cierto es que por irónico o injusto que parezca, este no siempre hace del todo bien su trabajo -gracias a ello somos personas, no máquinas- y suceden estas cosas, absurdas, irracionales… pero que son un verdadero soplo de aire fresco dentro de esa tiránica pauta conductista de acción-reacción aprendida en la que casi siempre vivimos inmersos.

Confusa y aún riendo fue a darse una ducha para ver si se le pasaba; pensó que tal vez fuera más eficaz y menos peligroso que beberse un vaso de agua. Después de un par de minutos bajo el chorro las carcajadas cesaron pero la sonrisa continuaba pintada en su rostro. En su esfuerzo por comprender lo que le estaba sucediendo y aunque la idea le asustaba bastante -pues no sabía que podía encontrar detrás de aquello- intentó aclarar su mente.

-Bien -pensó- él me deja y yo me rio. Me rio a pesar de que le pierdo para siempre. Lo que me dijo carece ahora de significado, los sentimientos que le entregué ya no están en su corazón, y aún así, yo me sigo riendo… - Desconcertada se detuvo unos instantes, cerrando con fuerza los ojos bajo el agua. Me rio porque sigo aquí –continuó- porque aunque él se vaya yo no he muerto, porque mi corazón es fuerte y encuentra todavía un sentido para seguir latiendo. Me rio porque no tengo nada de lo que avergonzarme, porque a pesar de los errores fui auténtica, fui tenaz, fui única, valiente y osada… y me sigo riendo porque su falta de amor no empequeñece en absoluto todo lo que yo siento.

Salió entonces de la ducha, se desenredó el pelo, se vistió corriendo y, sin interrumpir el hilo de sus pensamientos, salió a la calle cerrando la puerta de un golpe.

Puedo reírme porque viviré con ello -se decía mientras bajaba a prisa las escaleras- Quiero reírme porque estoy intacta, porque sin problemas, sin desengaños, sin vacios y sin dolor la vida sería demasiado tediosa y monótona como para sentir siquiera una pizca de emoción, un vuelco en el corazón... y entonces no habría nada que aprender, ninguna forma para continuar creciendo, ningún sentido para seguir adelante… porque no quiero ignorar ni olvidar lo más importante…

-Mientras caminaba por la calle la gente con la que se cruzaba no podía evitar mirarla; la mayoría de ellos, sorprendidos, le devolvían aunque tan sólo fuera un pálido reflejo de aquella sonrisa deslumbrante.

-…que esto, como todo, como lo bueno, como lo malo, como los días y las horas, también pasará.

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Al hilo de la iniciativa de "El cuentacuentos"

Dibujo: Frecklefaced29

domingo

pause

Me tomo una pausa para coger fuerzas. Al parecer he tocado el suelo otra vez, pero por suerte  he caído de pie. Necesito que me de un poco el aire, hacer un par de locuras y dejarme llevar.

 

Será breve, lo sé. Os sigo en silencio. Mil besos.

Vasos comunicantes.

unfaithful_by_Crackart Todos levantaron la cabeza y escucharon. 

-¡Chist! ¡Ahí está otra vez!

-¡Ay!

Un codo clavado en las costillas no es la forma más sutil de dar una noticia, sobre todo cuando ésta es innecesaria. La mirada de Alice perseguía la figura que se deslizaba clandestinamente entre los asientos de la sala de conferencias sin necesidad de que la articulación más punzante de Laura se clavara en ninguna parte de su cuerpo. Le dedicó una mirada asesina a su amiga del alma, la cual fue ignorada sin un atisbo de mala intención. Los ojos de su compañera de fatigas apenas podían despegarse del púlpito donde su antiguo profesor, y actual director de tesis, daba un tedioso parlamento sobre pragmatismo con la misma emoción de un presentador de noticias.

-Me voy – anunció Alice por lo bajo.

Laura sólo tuvo tiempo de boquear su desconcierto un par de veces  antes de que la voz de contrabajo de su admirado profesor volviera a concentrar toda su atención. Alice adoraba a Laura por ese tipo de cosas. Era  primaria. Muchos habrían tachado su comportamiento como egoísta o frívolo, pero ella sabía que aquella imagen poco tenía que ver con la realidad de su amiga. Por el contrario Laura era una persona profundamente respetuosa e independiente que no necesitaba cuestionar ningún movimiento de los que la rodeaban, siempre que después le contaran con pelos y detalles los resultados. A veces como contrapunto y otras como némesis, Alice intuía que su amiga era lo más cercano a una media naranja que había en su vida, y más de una vez se había sorprendido lamentándose de su género, y en ocasiones, incluso, de su heterosexualidad.

Pero Alice no necesitaba aquello. Necesitar era, a la larga, demasiado costoso. Un círculo vicioso en el que una vez que obtenías lo que necesitabas la vida encontraba el modo de arrebatártelo para que aprendieras a seguir viviendo sin necesitarlo. No. Ella ya tuvo todo lo necesario y, en consecuencia, había aprendido a vivir sin ello. Otro aprendizaje habría resultado del todo superfluo. Por eso el hecho de encontrarse en aquel momento camino de su casa inspirada por aquella sombra que la había precedido  escabulléndose de la conferencia, se debía, según su análisis, a una comezón, a un deseo que tenía que ver más con una curiosidad científica que con una exigencia interior. Alice tenía una teoría  que había gestado en los últimos meses inspirándose en los vasos comunicantes de Galileo. A grandes rasgos era la siguiente: dos personas, es decir dos sustancias de la misma naturaleza, sujetas a diferentes contextos y circunstancias, a modo de recipiente, alcanzarán contemporáneamente la misma cota de pensamientos, no debido, en este caso, a la presión atmosférica, sino a la del puro instinto. La comprobación práctica de esta teoría era más complicada de lo que pudiera parecer ya que los pensamientos no manifestados en palabras o acciones permanecen en el fuero interno de quien los genera. Por eso, de momento, su teoría hacía aguas y era un éxito a partes iguales.

Pero aquél resultó ser su día de suerte. El porcentaje de éxito subió varios puntos cuando vio las llamadas perdidas en su móvil. Y en cuanto entró en el portal de su casa, tan sólo restaban las conclusiones finales y la publicación en los medios oportunos, empezando por su propio diario aquella misma noche. Aunque lo primero, desde luego, era concluir el experimento.

Sin decirse una sola palabra ambos se metieron en el ascensor. Más que excitante a Alice le resultó incómodo, como si aquellas cuatro paredes estuvieran esperando algo que ella aún dudaba en llevar a cabo. El silencio no ayudó pero tampoco empeoró las cosas. Mientras buscaba las llaves percibía con claridad la mirada de él clavada en su espalda. El nerviosismo era algo que había que asumir dada la situación y supuso que ya en su casa, en su territorio, el equilibrio de poderes se alteraría dándole un respiro. Se equivocaba. Abrir las puertas de su pequeño universo personal a su cobaya le hizo sentirse aún más desvalida y fuera de control, lo que a buen seguro no iba a beneficiarla.

Por eso puso una lata de refresco en las manos de su visitante y se sentó en el sofá en un intento de recobrar el dominio. Tal vez dejando que él tomase la iniciativa tendría el tiempo suficiente para que se le ocurriera algo.

-¿Te pone taciturna saber que vas a hacer algo malo?

Alice no esperaba aquello, aunque resultara un buen argumento de que su teoría era auténtica. Hacer algo malo no entraba dentro de las posibilidades que había barajado, aunque las cartas con las que participaba habían sido las mismas desde el principio. Observar como su mente había jugado con ella no era agradable: saciar una curiosidad era una cosa, pero la necesidad de hacerlo era otra muy diferente.

-No voy a hacer nada malo.

El Conejillo de Indias se encogió de hombros y bebió de su refresco, dando a entender que daba igual lo que ella dijera. Y era cierto. Ambos, cada uno a su manera, eran conscientes del juego con el que se venían entreteniendo los últimos meses. Una partida que ninguno de los dos deseaba pero que estaban dispuestos a jugar recurriendo a cualquier excusa. Alice tuvo que tragarse su autosuficiencia por miedo a desperdiciar una oportunidad que seguiría buscando hasta que se aburriese del juego, cosa que no sucedería fácilmente. Además, en éste en particular, jugaran como jugasen los dos ganaban y perdían, pero la recompensa de las apuestas intermedias era, por lo menos, apetecible.

La respuesta a las tribulaciones de Alice llegó apenas dos horas después de aquel refresco cuando su móvil comenzó a vibrar frenéticamente sobre la mesilla. A tientas, todavía somnolienta, contestó con un balbuceo. Lo que escuchó al otro lado le devolvió de pronto a la realidad junto con la esperanza de que tal vez su adaptación de la teoría de los vasos comunicantes no estuviera tan desencaminada al fin y al cabo. Laura sonaba pletórica. Había olvidado las llaves y quería que advirtiera a la cobaya de que le dejara un juego debajo del felpudo. No quería despertarle y tenía la intención de llegar tarde a casa. Tal vez muy tarde. Su director de tesis acababa de invitarla a cenar.

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Al hilo de la iniciativa de El Cuentacuentos.

Imagen 1: Crackart

Imagen 2: Bubble_gum_heart

*Llevo una semana y pico en que mi salud y mis ánimos no han sido los mejores ni para escribir ni para leeros. El relato da  muy poco de sí, lo sé, pero no me apetecía escribir sobre cualquier otra cosa y acabar profundizando sin querer en temas personales, por eso más que un relato es un ejercicio de despegue, otro más. Reconoceréis que al menos esta vez no muere nadie... :P

Os voy visitando. Besos para quienes gusten.

De vuelta a casa (tentativa a modo de cuento gótico)

In_the_Forest_of_Ancient_LIght_by_Karezoid La interrogación sin punto sólo sería una curva peligrosa, igual que aquella: una ondulación serpenteante que remataba sin previo aviso en un sendero que se introducía entre los árboles, tan estrecho que uno no podía aventurarse a través de él más que a pie. Dudo aún si mi memoria será capaz de conceder una explicación aproximada a los hechos que acontecieron, y espero que aún conserve un sólo recuerdo en el que haya más verdad que delirio, pues cada ocasión en que mi mente regresa a aquellos momentos una neblina de irrealidad lo reviste todo, como si al final de aquella curva hubiera cruzado algo más que la entrada al sitio al que mi anhelo me dirigía con tan angustiosa aflicción.

Como le decía, paré justo en el acceso a la pequeña galería rodeada de arbustos. La noche se colaba entre las tupidas hojas invadiendo de sombras todo lo que me rodeaba. Caminar por aquel lugar que apenas unos días antes había recorrido a plena luz del sol me hizo extrañamente consciente de todas mis sensaciones. La suave brisa, el olor a tierra mojada y a vegetación, el susurro silencioso de las ramas y mi corazón latiendo a un ritmo sofocado por el sosiego, no exento de cierto halo siniestro, que se respiraba en el aire, me indujeron a un estado febril a la vez que expectante.

La cancela no emitió sonido alguno. Atravesé el corredor de arbustos con un ansia feroz pero reprimida, como si mis pies me llevaran sometidos más a la inercia del subconsciente que a mi propia voluntad. Una vez que pisé el límite de hierba, creo que me detuve unos instantes para observar las sombras blanquecinas que se asomaban tímidamente entre las raíces de los árboles.

Al pensar en ello ahora y relatarlo con palabras privadas de aquel triste ensueño que me tenía hipnotizado, me sorprende mi propio valor. El hombre que tiene usted delante no daría un paso en las mismas circunstancias. Pero en mi penoso estado, mi honda tristeza, me empujaba a un acto final y desesperado en un esfuerzo por arrancarme este mismo dolor que todavía hoy no me permite dormir, para poder -¡ingenuo de mí!- seguir adelante.

Prueba de la espontaneidad de mi propósito fue no llevar conmigo más herramientas que mis propias manos. Ni siquiera me detuve a pensar en las dificultades que surgirían. La primera de ellas fue encontrar mi objetivo en la oscuridad. Me llevó más tiempo del que hubiera imaginado, topando con él finalmente casi por casualidad. Me arrodillé sobre la tierra removida y fresca y musité unas palabras, una oración improvisada implorando perdón por aquel audaz atrevimiento, por aquella violación de un más que merecido descanso.

Vacilé, he de admitirlo. Durante unos segundos no conseguí comprender qué determinación era la que guiaba mis actos. Una voz clamaba en mi interior palabras ininteligibles, con un ímpetu devastador, y tiraba de mi voluntad con más fuerza que mi propia razón. Si me pregunta en este momento qué fue lo que me llevó a hacerlo, mi respuesta sólo podría ser una: algo –fuera lo que fuese-más fuerte que yo, dentro de mí, me lo ordenaba.

Yo me limité a acatar sus órdenes. Tomé la rama de un árbol lo suficientemente gruesa para ser útil, y comencé mi tarea. Durante toda la noche mi cuerpo apenas reparó en el cansancio y nada recuerdo de lo que pudo pasar a mi alrededor durante aquellas horas, tal era mi enajenación y abatimiento. Con las manos ensangrentadas retiré los últimos montones de tierra húmeda y las posé por fin sobre la fría y pálida madera. No sin esfuerzo desprendí una a una las tablas que me separaban de mi amada. El relato de lo que en aquel instante vieron mis ojos escapa a mi capacidad y comprensión. Allí estaba. ¡Tan hermosa y tan fresca como en vida! Su cabello oscuro relumbraba en la exigua luz del alba. Su rostro desprendía una luz vital tan bella que habría sido la envidia de cualquier joven muchacha. Pero su expresión…. ¡Oh, su expresión! No existen palabras capaces de hacerle justicia. Era de un terror infinito. Los ojos abiertos en toda su magnificencia, clavados en el cielo como una súplica, implorantes. Su boca tan dulce, contraída en una mueca de puro horror. Y sus manos, tan pálidas y delicadas antaño, yacían sobre su pecho, cubiertas de sangre, uñas y piel desolladas. Se había arrancado la mortaja a tiras y en su cuello blanco había oscuras señales fruto de los desgarros que habían producido en su garganta sus atroces y anhelantes gritos de auxilio.

¡Comprende ahora! Feeding_The_Disease_by_decrepitude¿Es capaz de contemplar la absoluta desesperación de mi alma ante tan monstruoso espectáculo? La que fue la luz de mi vida, mi compañera, mi amada, la parte que yo más adoraba de mi propio ser, no murió en la quietud e intimidad de su lecho, junto a mí, tal y como todos pensamos. Murió allí, días más tarde, en la más aterradora de las soledades. La mente humana no es capaz de recrear el infierno que debió de padecer mi esposa en aquellos últimos instantes, pero yo aún no he dejado de escuchar sus gritos implorando mi ayuda, dentro de mi mente, a cada instante.

Por eso lo hice y no espero indulgencia alguna por su parte. Los asuntos de este mundo ya no me conciernen. No después de lo que vieron mis ojos aquella aciaga noche. No pude abandonarla otra vez, ella jamás me lo hubiera perdonado.

El rigor mortis apenas había afectado sus miembros cuando la tomé en mis brazos. Ligera como una pluma, bella todavía. Cerré sus ojos con dulzura, besé sus labios aún tibios, incluso pude percibir un leve murmullo salido de ellos, como un dulce suspiro de alivio al saber, que la traía de vuelta a casa.

Al hilo de la iniciativa de El Cuentacuentos

Imagen 1:Karezoid

Imagen 2: Decrepitude

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* Este engendro está inspirado en dos cosas. La menos evidente, aunque más directa, es un vídeo genial de "A perfect circle", las más evidente es Edgar A. Poe con su magistral relato "El entierro prematuro", por supuesto con el máximo respeto para los grandes. Me consuela que los unos y -sobre todo- el Otro, al menos jamás sabrán de él :)

Teatro de Anestesia y Sombras.

-Ella tiene la piel del color de la tierra. Entre nosotros, Estelle, es un ángel.

Estelle ni siquiera era su verdadero nombre, pero ese tipo de declaraciones iban y venían en la oscuridad de las galerías acompañados de esa desagradable forma en que la boca se abre y se cierra emitiendo sonidos, y lo que es peor, palabras. Ella no las soportaba. Si hubiera sido Blancanieves no habría dudado en escapar con Mudito. Pero por desgracia no era Blancanieves sino una puta, y los pocos enanos que conocía apenas si sabían callar.

Estelle además de puta era triste. Una puta triste de esas de las que tan sólo se enamoran los hombres a los que les queda más dinero que corazón. Pero ella no estaba triste por ser lo que era, ella era triste porque era lo único que sabía ser. Quizás fue el olor a sudor que impregnaba sus sábanas de niña o los furiosos jadeos que le hacían de nana antes de dormir. Tal vez el crujido de las tablas del escenario frente al que se reunía lo más selecto del arroyo le corrompió la sangre con el virus de la melancolía. Fuera como fuese, aquellos ojos sin alma que escarbaban tras sus líneas infantiles se convirtieron en su única familia, y el decadente “teatro”, que abría sus puertas cada noche con la única aspiración de consumar las pesadillas de los muchos que se perdían tras ellas, en su hogar.

Estelle, además de triste era una puta buena, lo que suponía una excepcional condición. Según los viejos patrones una puta buena era aquella que no derramaba lágrimas el día en que era sometida por primera vez. Aquel momento en el que las muchachas iniciaban su carrera marcaba su futura posición en la dudosa jerarquía del cabaret. Estelle no sólo no derramó ni una lágrima sino que durante el escaso tiempo que duró su estreno, a sus doce años recién cumplidos, se dedicó a observar a su profanador con una sonrisa entre satisfecha y curiosa. Todos, desde los empleados hasta el público más asiduo, aplaudieron con ganas el espectáculo y aquella noche todavía era recordada y celebrada con gloriosos y groseros brindis. Desde entonces ostentó el título de “L'orgueil” que tan sólo había llevado su difunta madre. Incluso, colgado en un lugar de honor, habían enmarcado el paño, sucio de sangre, con el que la limpiaron al terminar.

Light_sheds_through_by_decrepitudeLos años transcurrieron transformando a Estelle en una princesa del infierno. Pero no una cualquiera, sino en la princesa concubina de todos los pobres diablos que daban con sus huesos en las redes de aquella inmensa telaraña que eran sus ojos y su piel oscura. Los tentáculos de la adormidera acaso se fueron cebando con sus pequeños y escasos sueños de adolescente, y el monstruo de la anestesia campó a sus anchas, y definitivamente, en su corazón.

Una noche fue informada de un servicio especial en uno de los palcos sin nombre. Los distinguían así porque tras las cortinas, que siempre acababan salpicadas, se ocultaban aquellos que escogían mirar a participar. Aquello disgustaba a Estelle. La intimidad invitaba a la conversación y ella detestaba hablar, pero sobre todo que le hablasen. Resolvió concluirlo pronto. Desvestida para la ocasión, el dulce tintineo de las muchas pulseras que adornaban sus brazos y esbeltos tobillos le precedió en la penumbra. Se encontró con un hombre apenas un poco mayor que ella. La frente pronunciada y un delgado bigote acentuaban un rostro demacrado por los excesos que ella bien conocía, restando importancia a sus ojos torvos y oscuros, nublados por el alcohol. Se sentó a su lado. Él apenas le dirigió una mirada. Tomó la jarra de vino y sirvió dos vasos hasta el colmo. Sin mediar palabra él apuró el suyo hasta el fondo y de un único trago. Tras dejarlo en la mesa con un violento gesto ella hizo lo propio, imitándole. Tras el desafío hubo más silencio y tal vez algo más de complicidad. Los vasos se llenaron de nuevo repitiéndose el ritual, en el mismo orden, en tres ocasiones más.

Las fuerzas abandonaron la mano que sostenía el vaso sobre la mesa, derramando las reliquias de líquido sobre la madera oscura como una invitación. Estelle cayó al suelo y andando sobre las rodillas se acercó a él despacio, deleitándose en sus pequeños y exquisitos movimientos. Alargó el brazo y acarició su entrepierna. Descendió hacía la oscuridad y usó su boca, la lengua, concentrándose en su labor.

Notaba como el cabello le rozaba las mejillas como una caricia que sabía que no iba a recibir y que tampoco esperaba. Un pequeño mechón mojado fue el preludio. Después su cuello comenzó a recibir un ligero rocío de pequeñas gotas cálidas. Despegó sus labios soltando la pesada carga de su boca y le miró a la cara, con una pregunta escrita en su expresión.

No obtuvo respuesta y no se quedó a esperarla; decidió dejarlo a solas con su llanto. Antes de que pudiera incorporarse la cogió con fuerza de las muñecas y murmuró:

-Eres una puta. Eres una pequeña, fea, triste y oscura puta. Y nunca podría enamorarme de ti.

Estelle se zafó de él como pudo, sin rencor alguno, dejándolo a solas con su borrachera y sus demonios. Creyó entonces que nunca más volvería a pensar en él. Sin embargo, apenas unos pocos años después, mientras vomitaba ríos de sangre sobre las sábanas impregnadas esta vez por su propio sudor, en su último y febril delirio, vio de nuevo su rostro y escuchó de su cruel y torcida boca aquellas palabras inconscientes.

-Eres una puta. Pequeña. Fea. Triste. Oscura puta. Y nunca –nunca- podría enamorarme de ti.

Al hilo de la iniciativa de El Cuentacuentos

Imagen: Decrepitude

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lunes

Última metáfora.

-Un reloj de arena vacío.to_cut_a_flower__by_citizenvisuelle

-¿Roto?

-No. Vacío.

-¿Y para qué sirve?

-Lo cierto es que nunca he pensado en él como un objeto con una utilidad intrínseca. Se trata, más bien, de una alegoría metafísica en la forma de un objeto común aunque defectuoso. Si pretendiera equiparme con algún objeto de tipo práctico, llevar una espada o incluso la proverbial guadaña sería mucho más apropiado. Aunque en cualquier caso no dejaría de ser una metáfora.

-¿Una metáfora de qué?

-¿Tú qué crees?

Se observaron durante un intervalo considerable de tiempo. El desconcierto se dibujaba en el rostro de ella. Una sonrisa suficiente en el de él.

-En realidad puede ser una metáfora del todo –continuó.- Aunque existen personas con una reticencia natural ante la evidencia más sencilla. Una metáfora puede ser tan rotunda como una pirámide pero hay seres que la apartarán de su vista con la misma facilidad con la que se espanta a una mosca.

-Entiendo –dijo ella de pronto.- No hay más ciego que el que no quiere ver.

-Interesante reflexión –contestó él con una gran sonrisa.-Dadas las circunstancias, quiero decir.

-Sí. Supongo que lo es.

Accionados por lo que parecía una misma voluntad aquellas criaturas diametralmente opuestas se dispusieron a observar como las gotas de lluvia se deslizaban por el cristal de la ventana, maravillándose mientras éstas se aventuraban por los caminos más insólitos, hinchándose y adquiriendo velocidad a medida que se tropezaban unas con otras en su recorrido a través de la superficie incolora.

Fuera había caído la noche. Tal vez había dejado de llover. El silencio que afloraba entre ambos enmascaraba cualquier murmullo que no fuera el de sus propias voces, proporcionando a aquella habitación blanca una oportuna cualidad de santuario.

-¿Siempre es así?- Preguntó ella interrumpiendo el silencio.- Quiero decir ¿Esto es lo que sucede con todos? La conversación, la sensación de bienestar, de placidez, de que el tiempo no existe o que tal vez nunca haya existido… Tu aspecto, tu forma, es exacta al recuerdo que guardo de mi primer amor. Y es extraño pero… ¡Me siento tan fuerte! Podría salir de aquí y regresar a mi vida, por mi propio pie, sin la ayuda de nadie. .. Sin embargo es imposible.

-Sí. Es igual para todos excepto en los detalles –reconoció mientras se sentaba junto a ella en la cama.- Esta noche, al llegar aquí, me encontraba de un humor extraño. Charlar contigo es, por decirlo de algún modo, una decisión personal.

-¿Puedes permitírtelo?

-No veo porqué no.

De nuevo sincronizaron sus ojos. El reloj de arena descansaba en su regazo. El fino vidrio relumbraba como si la misma luz estuviera impresa en las moléculas que lo conformaban. Él lo tomó abandonándolo sobre la mesita de noche. Después, los párpados se levantaron al unísono, como un prólogo de lo que sucedería a continuación. Una fracción de piel translúcida asomaba a través de ancho cuello de la bata de hospital que ella llevaba. El dedo índice, largo y frío de él, acarició despacio aquella zona; sin temor, con una curiosidad no fingida. La sensación, en términos asequibles para una comprensión humana, podría ser descrita como una gran tormenta eléctrica condensada en apenas unos milímetros de carne. Tras un tiempo indefinible en el que aquella impresión fue creciendo en intensidad, los labios ganaron el combate a los dedos, posándose por fin allí donde antes se había clavado la mirada.

***

Justo antes del amanecer ella abrió los ojos sabiéndose sola. Se preguntó algo confusa si aquella sería la primera y última vez que podría advertir con sus sentidos embotados el otro lado del velo. Sin embargo, nada había cambiado, al menos ostensiblemente. Una pantalla emitía ráfagas de luz intermitente que atravesaban la oscuridad con la fugacidad de un rayo al son de su pausado ritmo cardíaco. Sobre ella, la bolsa de solución salina destilaba rítmicamente hacía el catéter su líquido blancuzco, franqueando los obstáculos de la aguja hipodérmica y de la más azul de las venas de su muñeca izquierda, evocándole, de forma efímera, el peculiar objeto que tanto había llamado su atención en sueños.

Miró sobre la mesita de noche. Sorprendentemente continuaba en el mismo lugar, en la misma posición, como una huella anacrónica y absurda de que sueños y realidad a veces se confunden, excepto por un detalle: alguien le había dado la vuelta.

Al hilo de la iniciativa de El Cuentacuentos

Imagen: Citizenvisuelle

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domingo

el corazón a veces no es más que un desierto

Epatage_by_KatjaFaith

La misma canción que escuchaba una y otra vez como un maldito maleficio, cuando te conocí, regresa otra vez para decirme las mismas cosas que entonces. He cambiado, has cambiado, pero mi corazón continua siendo el mismo. La esencia no aprende, y yo me he colado en la tuya aunque te pese, y tú eres parte de la mía desde que todo -todo- comenzó, y te llevaré en ella hasta el final.

imagesh Esto, caballero, aunque termine, no ha hecho más que empezar. imagesT

Enomentuvalvë, Teiwaz.

Imagen: KatjaFaith

De fondo: Falling- Lacuna Coil.

 

la jaula.

-En mi vida me han llamado de muchas maneras, pero cruel… no. Cruel nunca.

La forzó a arrodillarse. Escuchaba su voz desapasionada mientras le tensaba los nudos de las muñecas. Un escuálido hilo de sangre se deslizaba a través de su índice cayendo a la tierra, gota a gota, absorbiéndolas al instante. Tenía los ojos secos, no lloraba. Apenas atinaba a balbucear algún insulto, palabras de socorro o súplica. Tampoco rezaba. No recordaba ninguna oración, ni sabía cómo ni a quién suplicar clemencia. En algún momento durante el trayecto en el coche había comprendido que iba a morir. Atada y amordazada, en la oscuridad, todos sus pensamientos, sus emociones, se redujeron a un terror sordo que se aferraba a cada fibra de su ser, convirtiéndola en poco más que un animal asustado.

El frío penetrante de la noche la arrojó de nuevo a la realidad. Cada célula de su cuerpo despertaba con una punzada de dolor. Percibía la humedad del suelo, cada piedra, cada astilla, cada hoja seca aguijoneándole la piel de las piernas, las profundas heridas que rodeaban sus manos y tobillos, todo ese sufrimiento amortiguado por el miedo atroz. Su vista se fue acostumbrando a la oscuridad. Los árboles desnudos, como esqueletos monstruosos, extendían sus afiladas ramas hasta el cielo, gigantescos, rodeándola en una inmensa jaula espinosa.

Le resultó irónico. Aquella mañana había amanecido tan gris como el resto, pero su intuición permanecía alerta. En el metro, sus ojos y su concentración se extraviaron del libro que sujetaba pulcramente entre los dedos para reparar en la gente que atestaba el vagón. Insignificante y sosa, no lograba atraer la atención de nadie. Era un muerto viviente más entre los muchos que se dirigían pacíficamente a sus trabajos, en los que tampoco, ninguno de ellos, destacaba del resto. Su atención regresó al libro donde las frases que atravesaban las páginas se mezclaban con sus pensamientos. El corazón aumentó de ritmo, su cabeza comenzó a palpitar. El aire viciado, el calor sofocante, aquella vibración insistente que trataba de adormecer su cuerpo, la asqueaban. Una absurda idea iba y venía en su mente. En vez de descartarla, como habría hecho en cualquier otro momento, resultó ser una revelación. Nadie la echaría de menos. No tenía familia. En el trabajo encontrarían un sustituto adecuado en menos de una semana. Pocos amigos se extrañarían de su larga ausencia. Tal vez algún que otro viejo amante dejaría un par de mensajes en el contestador, desistiendo poco después por falta de interés o resultados. En unos meses se habría convertido en un recuerdo desagradable. En un año, toda huella de su paso por la tierra se habría extinguido.

Aquella certeza hizo que saliera corriendo en cuanto el tren realizó la siguiente parada. Echó a correr hacía las escaleras mecánicas percibiendo como la brisa corrompida del subterráneo le acariciaba el rostro y el cabello como unos dedos espectrales y marchitos. Respiró hondo impregnándose de esa sensación sombría. En aquel instante alguien tocó su hombro. Un hombre joven, como otro cualquiera, llevaba en las manos su libro; de otro modo no habría reparado en su olvido hasta llegar a casa. Correspondió a su sonrisa amable diciendo alguna estupidez que ya no recordaba. Horas más tarde despertaba en su cama. Confusa. Nunca antes había experimentado nada tan intenso y excitante, y la vez tan aterrador en su vida. Sintió una mezcla de miedo y euforia, de sorpresa ante sí misma. Avergonzada buscó la ropa esparcida en el suelo. Unas manos cálidas aprisionaron sus pechos mientras intentaba incorporarse.

-Suéltame. Necesito irme.

-No.

No fue una súplica. Tuvo suerte de perder la consciencia junto con la cuenta de las veces que la había forzado. En algún momento de la noche se las arregló para vestirla y meterla en el coche sin ayuda. Despertó mientras la ataba. Un involuntario gemido de dolor fue sofocado con un brutal puñetazo en la sien. Después de aquello, tan sólo el silencio amortiguado por el ruido del motor y la oscuridad tras las ventanillas.

Pero ahora su cuerpo había despertado de nuevo. Temblaba violentamente. Se sentía más lúcida y consciente de lo que lo había estado en toda su vida. Él se había situado a la altura de su rostro, escondiéndose tras la bruma del cigarro que colgaba de sus labios. Sus ojos eran dos afilados puntos de luz rojiza que se clavaban en su piel como aguijones.

-¿Por qué? – preguntó.

Tardó en contestar. Acariciaba su cuello, la curva de su mentón, casi con delicadeza.

-Porque has logrado llamar mi atención.

Empujó su rostro obligándola a mirar hacía arriba. Las ramas de los árboles mutilaban el cielo, negro, sin estrellas ni nubes, un vacío infinito y desolador. Los temblores cesaron. Hubo un insignificante movimiento. Después un destello plateado y cortante. Sus ojos, antes fijos en la oscuridad, se cerraron con fuerza, una última vez.

Ni echando a volar había escapatoria, pensó.

Al hilo de la iniciativa de El Cuentacuentos.

Fotografía: Mehmeturgut.

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Sin pies ni cabeza

Capítulo 3º. Diarios apócrifos: sobre las razones de escribir.

“Quedan tres minutos y medio para ahogar el silencio.

El pesado vuelo del ave frente a mi ventana, acompasa

su ritmo con la manecilla del reloj.

Inexorables,

tales son sus empresas.

Mucho más sencilla es la mía, que es verlas pasar”

     "Hermosa forma de ahogar el silencio –dice-. Con palabras así, no lo matas, lo exaltas" La juzga tan tonta como para no encontrar la ironía del comentario. Mal empezamos, piensa ella.

     La mira con intensidad y sonríe. Percibe como, secretamente, se cree mejor. Resta importancia a los versos, infantiles y apresurados. Comenta que le recuerdan a cierto poema de Dylan Thomas, en cuanto a cadencia y temática. Por supuesto la similitud es remota. Ella sofoca una carcajada poniendo cara de débil sorpresa: a sus ojos es la alumna y él el maestro. Como una maquinaria de precisión su cerebro encuentra otro ejercicio al que someterla, éste, todavía más interesante que el anterior. Le da otros tres minutos para forjar un microrrelato, sin pie, sin asideros, en la anárquica libertad de la hoja en blanco. Cree que este tipo de prácticas evalúan bien la capacidad de improvisación. Vuelve a mirarla con la misma intensidad estudiada. “¿Te atreves?” Pregunta. “¿Acaso tengo algo que perder?” Coge el lápiz y la libreta, y escribe.

     “Jamás se imaginó que pudiera ser así. Lo primero que llamó su atención fue la sensación de gravedad hacia la que se precipitaba su rostro. Un feroz magnetismo desprovisto de lógica la oprimía. Se vio obligada a cerrar los ojos ante la inmediatez del contacto, que imagino brusco, como el violento choque de dos metales sometidos a un empuje irrefrenable. Pero fue la humedad lo que acabó por desconcertarla. La blandura de la lengua. La liviandad de sus labios. La exquisita ligereza del primer beso.”

     Apenas dos minutos después desliza la libreta hasta su campo de visión mientras se encoge de hombros adrede. Él lee. Traga saliva. Una vez. Dos veces. La interroga: “¿Has escrito alguno de éstos antes?” Lo cierto es que no lo tiene claro, pero es bastante probable que sea el primero. Se lo hace saber. “Se nota” comenta mientras esquiva sus ojos “el tema está trillado y la estructura es hueca, y extraña.

     Ella suelta el lápiz sobre la mesa y suspira con cierto estruendo.

     “¿Qué quieres decir?”

      Tarda en contestar. Enciende un cigarro y aspira un par de veces sin perder de vista el breve relato.

     “¿Por qué escribes?- la encara. Toda intención tiene un objetivo, tú deberías encontrar el tuyo. ¿Te gusta? ¿Quieres que te lean? ¿Qué te admiren? Sea cual sea tu motivo, o aprendes el oficio o el asunto no pasará de tentativa. El estilo nace de la aplicación de una serie de técnicas que funcionan, en la práctica, mejor que otras. Quítate todos esos pájaros de la cabeza. El romanticismo, todas esas historias que no encierran acciones sino metáforas, no son más que las percepciones subjetivas de tu alter ego. Una absurda llamada de atención.”

     “¿Eso piensas?” –su tono aparenta docilidad, pero en sus ojos hay una sonrisa velada, beligerante.

    “¿Qué esperabas?- él alza la voz sin percatarse. ¿Qué cayera rendido al leer esa sarta de memeces pseudoadolescentes? No querida, estoy demasiado harto de leer relatos y poemas de aprendices y aficionados como para que los tuyos me inquieten lo más mínimo. Ninguno tiene nada que envidiarte. Ni tú a ellos.”

      La sonrisa ha desaparecido de su rostro, que permanece impasible, serio, con la mirada perdida. Él la observa de reojo, se siente culpable por haberle dado, tal vez, un baño extra de realidad. “Pero es por su bien”- se dice “Un escritor no se hace en unas semanas, ni en unos tristes ensayos en una libreta. Un escritor lo es, aunque le pese” Esos pensamientos le reconfortan y consiguen acallar su conciencia.

     Ella comienza a recoger sus cosas. Parece que la conversación literaria ha llegado a su fin. Cierra la libreta, guarda el lápiz en el bolso. Se acomoda en la silla y le mira a los ojos.

     “¿Sabes?- comenta con tranquilidad- No sé porqué escribo. Tengo la sensación de que el día que encuentre el motivo cada una de mis palabras dejará de ser auténtica. Por ahora no me importa ni ese “oficio” que resulta tan trascendente, ni que me lean. Lo único que me preocupa es encontrar esa voz que llevo dentro y que lucha por salir. Y espero, algún día, congeniar lo suficiente con ella para que lo que escriba me guste a mí. ¿Qué esperabas? ¿Tal vez darme una lección magistral sobre literatura? ¿Enseñarme algún truco de desconozco para captar la atención de un lector que ni siquiera sé si existe? Muchas gracias por todos esos consejos, los seguiré si les encuentro la utilidad. Pero tú, mejor que nadie, sabes perfectamente en qué consiste esto: es un placer solitario, una búsqueda de la propia identidad, bien porque ésta nos falta, bien porque en ocasiones nos sobrepasa. Por eso, la próxima vez que quieras echarme una mano, no conviertas tus razones en las mías, ni tus objetivos. Si de verdad quieres ayudarme invítame al cine, deambula conmigo por las calles, háblame. Quizá alguna de esas cosas me inspire, me influya o me remueva lo suficiente por dentro como para llegar a escribir algo, aunque sea tan simple como esto."

One_Caress_by_pirifool

Al hilo de la iniciativa de El Cuentacuentos

Imagen: Pirifool

Carta de un pragmático a su amada.

“La historia que les voy a contar tiene un principio -como todas -, pero aún no tiene un final”. Es un buen comienzo, creo, para cualquier historia. Pero en esta ocasión no resultaría particularmente sincero con el lector, porque ésta -como todas- tiene su fin escrito en algún lugar. Pues cada fábula plasmada en papel ya ha sido soñada antes por alguien y hay un final esperando por cada una de ellas, latente, potencial, diferente en cada ocasión, pero en cualquier caso, un final.

Mejor comenzarla así entonces: “La historia que les voy a contar tiene un principio –como todas- y un final que todavía no ha sido escrito”.

Mientras escribo el de ésta atisbas por encima de mi hombro. Sabes lo mucho que me molesta que me espíen, pero no te importa, no puedes remediarlo. Es por esa clase de cosas por lo que te adoro, te disculpo y lo dejo pasar. Aunque más allá del simple placer de leerme tu curiosidad te delata. ¿Escribirá sobre mí? Te preguntas. Sonrío, porque casi puedo escuchar tus pensamientos. ¿Acaso, querida mía, podría escribir sobre otra cosa que no fueras tú?

No, pues no hay nada más. Por desgracia, en la soledad del papel en blanco tan sólo estamos mi deseo de esculpirte en palabras y yo. Buscando en la memoria y en la imaginación abro heridas que sangran a través de mis dedos. Tú, mi dulce Cassandra, la que todo lo sabe, deberías ser capaz de observar que eres la torpe musa que inspira cada una de mis páginas, en ese pasado que es el escenario donde confluyen nuestros sueños, y yo, el escritor que da el toque de gracia oportuno a los acontecimientos. Y no se trata, de ningún modo, del deseo insatisfecho de tenerte de nuevo entre mis brazos. Sabes que ahora mismo apagaría el cigarro y arrojaría la pluma para ir a tu encuentro a la cama, donde aguardarías con la mirada llena de unas preguntas cuyas respuestas –que ya conoces- podrían esperar un par de horas, el tiempo justo para que, agotado entre las sábanas, sea tuyo de nuevo y pueda contestarte con la verdad a todas ellas. Esa verdad.

Que soy un cobarde, que te amo, que en cada palabra que escribo labro un pasado que nunca tuvimos y un futuro que, ahora, es casi pasado. En el que tiraré piedras a tu ventana para despertarte a media noche y te besaré entre los árboles hasta convencerte de que escapes conmigo. En el que correré por el bosque de tu mano y contemplaré esa luna que apenas observo si no es por ti o por tu recuerdo. En el que te daré ese hijo que no deseo tener y escribiré esa novela de amor que nunca quise escribir. Y besaré cada uno de tus cabellos, tus cicatrices, todas tus curvas y recodos. Seré el príncipe de la princesa torpe, el caballero de brillante armadura, el lobo que aúlla, tu soldado. Tu Darcy. Incluso tu Heathcliff. Seré eso en cada página, pudiendo ser mucho más. Seré lo que nunca he sido, pudiendo ser mucho menos.

Pero entre las líneas sé que puedo serlo, lo que siempre soñaste. En las palabras que cuenten las historias que nunca vivimos podré hacer honor a los latidos de mi corazón, a tu pasión por la vida, al desbordante cauce por el cual quisiste arrastrarme y al que me resistí cada instante que pasé a tu lado. Y puedo hacer como si nunca hubiesen existido ni los taxis ni los ministerios, como si las luces de neón y el asfalto no hubiesen sido inventados. Y tú podrás extraviarte en los páramos, las gotas de lluvia se confundirán con las lágrimas que recorrerán tu rostro, que yo iré a buscarte y te traeré de vuelta a casa, y allí, te despojaré de tus ropas húmedas, avivaré el fuego para que entres en calor, y serás tan mía como la primera vez.

Absurda forma de compensar no saber amarte como merecías, regalarte a la persona que no seré, lo que nunca te di, como si sirviera de algo después de haber matado tus ilusiones. Pero nadie dijo que fuera fácil sentarse a la mesa de un ángel y fingir que se puede caminar entre las nubes, ni que la gravedad fuera una costumbre sencilla de olvidar. Por eso tan sólo me quedan palabras, historias que no son nada para aquel que nada sabe de nosotros, y me temo, que el final de esta historia es ofrecerte en palabras aquello que nunca te pude dar.

Mientras, lees cada una de ellas a medida que las escribo, aunque es tu recuerdo el que permanece aquí. Noto tu mano apoyada en mi hombro, como la deslizas hasta mi cuello y te acercas en un susurro de tela y cabello hasta mi rostro. De tu mano me acerco a la cama, donde seré tuyo de nuevo, donde tendré que contestarte con la verdad –esa verdad que tú ya conoces- a cada una de las preguntas que refleja tu mirada: que soy un cobarde, que te amo, que con cada palabra que dije envenené tu alma, por no ser, por no haber sido, lo que esperabas.

Secret_romance_by_Sylwiaaaaa

Al hilo de la iniciativa de "El cuentacuentos"
Imagen: Sylwiaa

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*Dedicada al caballero prágmatico, que me amó, hace tiempo.