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martes

(Bien lo sabes)

Retreat_To_Calm
Te extraño
(Bien lo sabes)
Te necesito
(Estás al corriente de ello)
Te deseo
(Lo he demostrado, con hechos, en cientos de ocasiones.)
Te amo
Y de tanto hacerlo, a veces se me olvida lo importante que es respirar, caminar, hablar, sentir, pensar
O por ejemplo, seguir viviendo.
No es culpa mía,
Sabes que te avisé con tiempo.
Soy complicada.
Confusa e incoherente.
Ni práctica ni realista.
Fue mi decisión confundirme con la brisa que enmaraña tu pelo,
Con el ambiguo fluir de las estaciones,
Con el transcurso impreciso del tiempo
Soy títere del viento por decisión propia,
El fortuito blanco de tus besos
Las huellas en la arena
Un aroma lejano e incierto
El resultado de nuestras noches de amor.
La memoria de esos momentos
Las señales en la piel
El vestigio de alguna palabra
El fruto de las sensaciones
Quizás el rastro de tu cuerpo
El eco de tus ausencias
La suma de las circunstancias.
Tal vez soy todo eso.

. .

Y no pretendo nada concreto, tan solo recordarte
que las emociones son los hilos que mueven esta
marioneta de trapo.
(Bien lo sabes)

Yol, con la luna por cerebro

Fotografía: Thisyearsgirl (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. )

Isobel

Los furiosos golpes de viento en los cristales de la ventana la sacaron bruscamente del sueño, y al abrir los ojos aún amodorrada, se encontró con una estampa poco familiar en su vida; tras el vidrio, frente a ella, el vacío azulado le devolvía una mirada infinita.

Se sintió inquieta. En el silencio aparente de la madrugada la casa entera retumbaba y crujía quedamente. A lo lejos, el tictac de un reloj resonaba como las pisadas de un elefante, y a su lado, la respiración acompasada de su joven compañero, que dormía con toda placidez abrazado a su cuerpo, sacudía la cama en cada exhalación como un temblor de tierra.

Apartó su brazo con delicadeza, y se deslizó bajo las mantas sin hacer ruido para no despertarle. Buscó las zapatillas y una chaqueta de lana para ponérsela encima del pijama y se dirigió a las escaleras.

Fuera del cuarto los sonidos eran más enérgicos, pero menos fantasmales de lo que había imaginado. La casa entera había sido invadida por corrientes de aire que la hacían chirriar desde los cimientos, llegando a dar la sensación de que se balanceaba lánguidamente, al compás de cada embestida procedente del exterior.

Caminando hacia la entrada, la imagen de un espejo de cuerpo entero se cruzó en la penumbra, y al contemplarse en la oscuridad, se vio a si misma diferente. Tenía unos seis años, el pelo algo más largo, y en lugar de una chaqueta llevaba puesto un encantador camisón con pequeñas flores estampadas. Se reconoció en los ojos, que la suerte había mantenido tan expresivos como entonces a pesar del tiempo transcurrido (aunque exactamente igual de tristes), y también en la sensación, que producía aquella niña, de encontrarse tan pérdida y asustada como ella.

La visión se esfumó en un suspiro, y un fulgor acuoso, que recorrió la superficie brillante y líquida del espejo, le devolvió por fin su imagen actual. Sin asombrarse demasiado con lo sucedido, tomó aire para relajar la tensa musculatura, se abrigó un poco y siguió adelante.

La puerta se abrió emitiendo un suave quejido, pero el viento azotó su cuerpo con saña a modo de bienvenida.

El paisaje nocturno la sorprendió en su oscuro esplendor.

Venciendo un escalofrío comenzó a avanzar, paso a paso, presa de la belleza que la rodeaba, decidida a perderse en la negra inmensidad. El cielo se encontraba parcialmente cubierto por nubes blanquecinas que ocultaban la ambigua cara de la luna llena, repartiendo sobre la explanada y la arboleda, que obstaculizaba el horizonte, una luz etérea. El único sonido en el mundo provenía del aire, que soplaba temible entre las frondosas copas de los árboles, cuyas longevas y aún flexibles ramas, se cimbreaban al ritmo que imprimía el confuso vendaval.

Sentía miedo, pero deseaba con toda su alma creerse valiente. En una especie de batalla contra si misma, sus pensamientos la impulsaban a correr hacía el refugio que la casa y su amado le ofrecían; pero su corazón palpitaba con tal ímpetu, que ahogaba los gritos de auxilio que lanzaba su mente a la desesperada.

Agotada, se detuvo.

Logró plantar los pies en la tierra con la suficiente seguridad. Deshizo la trenza de su pelo, dejándolo flotar libre, y desafiando el frío de la noche, extendió los brazos, cerrando los ojos, intentando percibir con toda la intensidad posible el milagro de aquel momento en el que se sentía invulnerable.

bitter_end___by_BlueBlack

Cuando sus fuerzas comenzaron a flaquear, la mente ganó el suficiente terreno, y apareció más allá de sus ojos una imagen clara de él asomado a la ventana observando la escena, preguntándose extrañado qué diablos sucedía.

Qué fácil sería correr hacia sus cálidos brazos y buscar en su boca el veneno suficiente para adormecer a la bestia rugiente que se escondía en su interior. Regresar bajo las mantas, a la seguridad de los cuerpos a escasos milímetros, al aliento en el oído, al olor a manzanas agrias de su piel, a su mirada triste e insondable. Qué sencillo resulta a veces -pensó- vender el alma entera a un solo sueño, si ese sueño tiene tu mirada.

El viento seguía soplando con violencia y ella temblaba. Bajó los brazos, y al darse la vuelta pudo comprobar como en efecto él la esperaba algo perplejo tras los cristales. Se miraron sin hacer un solo gesto durante unos instantes.

Ella examinó su interior en busca de respuestas a preguntas que ya no era necesario formular, y supo con tristeza que ni todo el viento del mundo podría detenerla. Dirigió su mirada a los árboles, y sus pies acataron obedientes la tácita orden. De nuevo se sentía decidida a perderse en la oscuridad, pero esta vez siendo consciente de que en la noche no habría senderos que le indicaran el camino a seguir, y mucho menos el de regreso a casa.

Para Ayriien, porque no la olvido, porque Isobel es un poco ella y un poco yo.

(Esta obra está bajo una Licencia de Creative Commons.) Fotografía: Blueblack

jueves

Paradógica declaración de no intenciones

Esto no es un intento para que me perdones. No trato de ganarme tus palabras. Tus elogios. No es una prueba, ni un experimento, tampoco es psicología inversa. See_Who_I_Am_by_auralis

No quiero que me admires, porque siento que no me conoces, aunque si lo hicieras, tampoco lo desearía. Los pedestales son una barrera más que tarde o temprano hay que saltar. ¿Crees que busco aún más obstáculos en mi camino? No me subo ya a ninguno porque es posible que después surja el miedo a bajar, y sé por experiencia, que esas caídas libres acarrean riesgos que no deseo correr.

No quiero saber lo que eres. No me vale “soy escritor” “soy poeta”, “tengo libros publicados…” Nunca me gustaron las etiquetas, y mucho menos las que me plantan en la cara como si fueran virtudes. Los únicos méritos que al final cuentan son las sonrisas que has ofrecido al corazón de las personas. Eso es lo que perdura: el amor que hayas inspirado. Todo lo demás son palabras, y las palabras en la mayoría de los casos, apestan. (No sé tú, pero yo desconfío de ellas, ¿acaso se puede llevar puesto mejor disfraz que unas seductoras palabras?)

No quiero saber quién eres. Si conectas con mi espíritu, me da exactamente igual quién seas.

No quiero que me digas quién soy, a no ser que me veas con los ojos del corazón. De ellos sí me fío. Sé que pido demasiado, pero debes comprender que tu ración de realidad no coincidirá nunca con la mía. Por eso, para ver (me) hay que cerrar los ojos de la cara, y mirar… tal vez con el alma, aunque eso debes averiguarlo tú.

Tampoco quiero que me digas lo que soy. Déjame el privilegio de descubrirlo a mí, creo que me corresponde.

Y no quiero que creas en esto porque yo lo digo, me gustaría verte vacilar, discrepar, discutir conmigo, que me pongas las cosas difíciles… Deseo que me hagas dudar. Tengo la certeza de que cada duda que nos planteamos en esta vida nos acerca un poco más a esa verdad que todos buscamos. Ayúdame entonces a crecer.

(Esto va para ti... sí, para ti.)

Fotografía:Auralis

lunes

VIII

Y al amanecer comienza la batalla.

Las huestes se reúnen en el valle al despuntar el alba.

Después del apremio de la madrugada,

la aurora enfrenta de nuevo a la tropa, a la temible contienda.

Caminamos pausadamente hacia la ofensiva.

La hora está fijada, pero nadie tiene prisa.

Un emisario trae noticias del enemigo.

“Sus tropas avanzan cargadas de silencios”-grita-

“Jamás se vio tanto orden y rigor”

Y a mi me sudan las manos al empuñar la espada

La aferro, pero casi no puedo soportar su peso.

Aún así, el frío contrae mis miembros.

El vaho espeso que exhalan las bocas de los soldados

cubre el aire tapizándolo con una espesa niebla.

Abatida busco encontrar una mirada entre la gente

que sea capaz de ahuyentar algo del pánico que me atenaza

Indago entre los ojos sin vida de los hombres

entre los gestos hoscos y malhumorados

las expresiones de temor y desconcierto,

marchan como autómatas dóciles ante la impiedad de su fortuna

El recelo y la sospecha gobiernan esta cruzada,

aunque nada, ni la esperanza, la detiene.

Y me doy cuenta,

que el vacío, la espera, la soledad y el olvido

Son ahora mis únicos compañeros en el camino.

__I_wish_You_Would_Just_Leave___by_01Ronin
Fotografía:01Ronin (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

martes

(sin título)

Moments_Over_Exaggerate_ID_by_TheTragicTruth_Of_Me

Se fuma un cigarro mientras hojea un libro. Si te acercas un poco, podrás ver que no es un libro cualquiera… Las frágiles páginas denotan sus años. Negro descolorido sobre amarillento y ajado papel. Si observas algo más, advertirás que tan solo se detiene a leer el título que encabeza los poemas que lo componen; parece que el crujir de las hojas al pasar le proporciona cierto placer.

La persiana prácticamente cerrada filtra algunos de los últimos rayos de sol de la tarde. Ella percibe el declive paulatino de la luz y sonríe levemente, sin levantar los ojos del libro, al verse sorprendida por el anochecer. Le gusta la noche, no más que el día, pero le gusta.

Ella es así, hay cosas que le gustan y cosas que no. Le gusta la noche y los gatos, la apariencia etérea que adquieren las cosas a la luz de las velas, el timbre de su voz cuando habla susurrando; escribir. Los libros viejos, las poesías románticas y las películas antiguas. El incienso también le gusta.

No le gusta sentirse estúpida, ni la forma en que su labio inferior sobresale un poco. Que le hablen en mitad de la canción que está escuchando, que le digan cómo debe sentirse, los insectos, la mediocridad de sus escritos y el jodido olor a tubo de escape que impregna sus fosas nasales cada mañana.

Tampoco le gusta que los recuerdos la asalten.

Que el pasado tenga el poder de transformarse en presente en cualquier instante, extendiendo sus tentáculos hasta arrastrarla. Volver a experimentar un eco torturado en aquellas zonas de su cuerpo que tanto dolor transigieron. Sentir “sin sentir” de nuevo las bofetadas, los golpes, las patadas. Escuchar en su mente las palabras corrompidas (grabadas a fuego), los gritos envenados, los silencios perversos, los susurros afilados como cuchillos, incluso creer percibir el viciado olor que expelía su aliento mientras la amenazaba.

Detesta haber sido víctima de toda aquella desesperación y miedo.

Odia la certeza de saber que fue ella quien permitió tanta humillación.

Ahora todo es distinto, las heridas de su cuerpo han curado. Si te fijas podrás observar que ha recuperado cierta calma, en ocasiones hasta puede disfrutar de ella. Ya no hay nadie en su vida que tenga ese poder; eso le da paz.

Pero en momentos como éste, mientras la noche se avecina, en la soledad de su casa, algo la paraliza. La mano que desliza las hojas del libro con tranquilidad, interrumpe su movimiento en el aire. En su rostro la expresión se congela; seguramente su corazón también ha dejado de latir. No puede moverse, ni pestañear, el dolor la está atravesando. Se filtra en cada uno de sus miembros, se detiene en su sangre, en sus células, hasta su cerebro. No puedo decir cuanto tiempo permanece en este estado. Normalmente, es una lágrima la que ejerce de catalizador, estalla de sus ojos vidriosos. Mientras resbala por su cara, siente su calor, y éste la despierta. Entonces recupera el aliento, respirando pesadamente, y el corazón reanuda su actividad, frenético. Parpadea hasta que se introduce de nuevo en la realidad.

Mira la hora y apaga el cigarro. Enciende las luces para exorcizar los demonios. En la puerta de la calle se escucha un ruido de llaves. Ella corre y abraza con fuerza a la persona que acaba de entrar.

-¿Qué ocurre?- dice él sorprendido.

-Nada. Ya nada.- dice ella.

Fotografía:TheTragicTruth_Of_Me (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)