Cargando...

domingo

arder...

El silencio de la noche fue su aliado, las sombras hacían bien su trabajo. El eco de sus tacones sobre el asfalto y la gravilla retumbaba rítmico, acompasado. Las farolas dibujaban sombras perpendiculares a contraluz, a través de las luces anaranjadas que recorrían las calles. El suave rumor de algún coche lejano hacía las veces de banda sonora de aquel plano en movimiento.

Una brisa ligera le alborotaba el cabello. Llevaba las manos dentro de los bolsillos del abrigo, pero en la oscuridad del suave tejido, los dedos índice y corazón se encontraban cruzados con fuerza, en tensión. Mientras caminaba, a cada paso que daba, en su mente sólo mantenía un pensamiento “¿Por qué hacemos las cosas que en realidad no queremos?”. Aquella misma mañana, nada más despertar, mientras rebuscaba entre las sábanas el somnoliento cuerpo de su amado, la pregunta había venido por primera vez. Con la boca pastosa, él había balbuceado algo y la había abrazado. Sintió la seguridad de su calor, el contacto a la vez suave y áspero de su piel, pero en vez de sumergirse en la tibieza de aquella proximidad, sus ojos se clavaron en el techo, grisáceo en la tenue penumbra del cuarto a oscuras. Su cuerpo se dejo hacer, su mente estaba lejos.

Él fue a ducharse, ella a preparar café. Fumaba el primer cigarrillo de la mañana mientras deambulaba por la casa. En el salón el móvil parpadeaba silencioso sobre la mesa. Hacía días que no cogía llamadas ni miraba los mensajes; sabía a la perfección lo que iba a encontrar. Él no pararía hasta llegar a ella; le conocía lo suficientemente bien, no necesitaba más para convencerse.

Por un instante, mientras observaba el cielo gris a través de la ventana, de nuevo se permitió dar rienda suelta a su imaginación. En la cocina la cafetera borboteaba, en el baño las gotas de agua repiqueteaban sobre el cristal de la mampara, en su mente tan sólo escuchaba el hipnótico sonido de unas manos recorriendo su piel, amasando su cuerpo, lentamente y con fuerza; la caricia de unos hombros en los que hundir uñas y dientes. Calor, dulce y doloroso contacto, agitación y sacudidas, y por encima de todo, sus oscuros ojos, brillantes y turbadores.

El móvil seguía parpadeando mudo, lo cogió por fin y pulso el botón rojo. Marcó un número. Una voz conocida y amable contestó poco después. Tras escuchar pacientemente todo lo que ella tenía que decir, la voz respondió:

-¿Sabes? En la India, en algunos lugares todavía hay mujeres que realizan suicidios ceremoniales en honor a la diosa Kali, diosa de la vida y de la muerte. Se prenden fuego a si mismas, pero no como sacrificio, sino como símbolo de auténtica y profunda regeneración personal. Morir para renacer. Arder para renovarse…

-¿Qué tratas de decir?

-Sabes bien lo que quiero decir.

“Arder para renovarse”. Aquella era la excusa perfecta para sus actos; encaminarse hacía un infierno para poder franquearlo. Consumirse en las llamas de un fuego prohibido por propia voluntad, y regresar a casa, resurgiendo de las propias cenizas, plenamente consciente de su elección final. Ya no importaban los deseos, el daño que pudieran causar sus acciones a otras personas, importaban las respuestas, y mientras sus pasos se dirigían hacía aquella pira funesta, sabía que a su regreso habría encontrado la solución que buscaba.

Un gato atravesó sigilosamente la calle a pocos metros. Sus ojos de un amarillo intenso se cruzaron con los de ella un segundo. Aquello le hizo pensar en otros ojos, los de aquel al que amaba, tristes, del color de la tierra, y también en otros, los de aquel al que deseaba, oscuros como pozos sin fondo.

Sus pies dejaron de responder, se detuvo un momento. Tal vez poniendo en una balanza invisible aquellas dos miradas que poblaban su mente, intentando discernir por penúltima vez si hacía lo correcto, aún sabiendo que ya no había vuelta atrás.

En el silencio absorbente de la noche un coche derrapó en la distancia, después, confundido entre los edificios el sonido pareció desvanecerse. Ella miró hacía la oscuridad que tenía delante, y creyó ver, más allá de las sombras, una luz brillante, dorada, que centelleaba igual que una hoguera. Cerró los ojos y los volvió a abrir: allí continuaba, a lo lejos. Parecía acercarse lentamente, como si la estuviera llamando.

Sin saber porqué echó a andar en aquella dirección, al principio despacio, confusa. Después la curiosidad pudo más y apretó el paso. La luz estaba cada vez mas cerca, aproximándose por la calzada, y ella avanzaba a la velocidad que le permitían los tacones, prácticamente sin aliento. La observaba sin creer realmente lo que estaba viendo, por eso mismo, no podía detenerse.

Playing_with_fire__by_four_star_tosh

Se dio cuenta demasiado tarde, cuando apenas la separaban unos cuantos metros. Las luces largas del coche se abalanzaron sobre ella de repente, sin dejarla reaccionar, en un vertiginoso segundo, haciendo saltar su frágil cuerpo por los aires como si se tratara de una muñeca de trapo.

El coche ni siquiera se detuvo, siguió su camino acelerando y derrapando como si nada hubiese sucedido.

La sangre manó de sus heridas, encharcando el suelo, relucía a la tenue luz de las farolas. Un hilo rojo le corría desde la boca a través de la mejilla. Sus ojos desmesuradamente abiertos miraban al vacío. “Morir para renacer” fue su último pensamiento: “arder…”.

Al hilo de la iniciativa de "El cuentacuentos"

Fotografía: Four Star Tosh (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

lunes

(sin título)

November_by_lucias_tears

Brotaba pintura de entre sus dedos, tiñendo el agua color escarlata, como si fuera sangre. La tela pasaba varias horas de cocción sumergida en el tinte hasta que adquiría la tonalidad adecuada; después se aclaraba en la corriente del río. Morgause tenía las manos rojas, más que por el colorante, por el agua helada. Apenas faltaba medía hora para el crepúsculo y una brisa inquieta y fría avivaba las ramas de los árboles. La pequeña cabaña se hallaba enclavada en el claro de un bosque junto al lecho de un riachuelo cuyo cauce lo atravesaba de este a oeste; a su lado había un pequeño huerto y un cobertizo que hacía las veces de establo.

Un pájaro negro y enorme se posó en el hombro de Morgause.

-¡Maíz! ¡Maíz!- graznó el cuervo.

-Tranquilo muchacho aún no es la hora de cenar…

-¿Maíz?- el pájaro la miró a los ojos y ella sonrió indulgente. Echó a andar hacía la casa mientras se secaba las manos con el delantal. Era una mujer menuda y delgada, de facciones alargadas y grandes ojos oscuros. Su rasgo más destacable era su espesa melena cobriza; brillante y sedosa, relumbraba como el fuego.

El cuervo de un salto voló hasta el alfeizar de la ventana. Antes de entrar, los ojos de Morgause se detuvieron en el sendero que se abría hacía el bosque -“Alguien se acerca”- pensó. Ya dentro, puso algunas verduras a hervir en la lumbre y se adecentó un poco; cepilló su largo cabello, se quito el delantal y se echó el manto encima, disponiéndose a recibir al visitante. Apenas unos instantes después escuchó el eco de los cascos de un caballo por el camino, sin duda precedido por su jinete. Salió a recibirlo.

Apareció entonces un hombre rubicundo y recio, asiendo de las riendas un percherón bruno. Su rostro aún juvenil manifestaba la fatiga del viaje, aunque esbozaba una sonrisa.

-O sois un majadero o muy osado; estos caminos son intransitables en esta época. No esperaba visitas hasta la primavera.

La voz de la mujer resonó en la extensión desarbolada, alta y cristalina.

-Tal vez sea un necio señora, pero la necesidad obliga- bramó el hombre- Morgause… tenéis buen aspecto.

Ella asintió, complacida.

-Ocupaos de vuestro caballo y entrad, me temo que ésta noche necesitaréis cobijo.- dicho esto Morgause cruzó el umbral. Momentos después el hombre la encontró avivando el fuego y removiendo un guiso que le hizo la boca agua. Se sentó en un banco junto al hogar mientras la mujer servía el caldo humeante en unas escudillas; puso un puñado de granos de maíz sobre la mesa, y fue a sentarse junto a él.

-¿Todavía no os habéis desecho de ese pájaro de mal agüero? Con razón se dice que sois bruja. - Rió.

Morgause que soplaba el ardiente líquido, contestó sin apenas levantar los ojos.

-Lo que se diga o se deje de decir no es cosa que me concierna. Y ahora decidme, Jacobo ¿A qué habéis venido?

Dispuesto a beber, el hombre paró en seco su movimiento, y la miró extrañado.

-Morgause, ¿Qué mal os he hecho para que me tratéis con tanta frialdad? Si durante todos estos años no he regresado, fue en atención a vuestras súplicas. Esperaba que el tiempo os hubiera ablandado un poco el corazón…

Morgause escuchó clavando la vista en las llamas, invadida por recuerdos de tiempos pasados. Frente aquel mismo fuego, un invierno años atrás, su corazón había mostrado pruebas de debilidad ante aquel hombre. Un amor cuyo significado en su vida se había revelado meses después de su partida, sembrando de dudas una voluntad que desde muy niña se había manifestado férrea. De forma inflexible había rechazado sus proposiciones de matrimonio, rehusando agachar la cabeza ante un varón. Le agradaba la idea de tenerlo como amante, pero la determinación de aquel muchacho era sólida, y la elección de ella no lo fue menos: nunca renunciaría a su libertad. Además de sus caricias, Morgause tan sólo añoraba una cosa, aún a riesgo de escandalizar a su antiguo amigo, y es que la suerte no le hubiese concedido un hijo fruto de aquellos momentos, pues eran escasas las ocasiones que le proporcionaba la existencia que había elegido.

Morgause se levantó para servirle un vaso de vino caliente y especiado.

-No creo Jacobo que hayáis venido para hablar del pasado- dijo en tono conciliador- Han transcurrido ya demasiadas estaciones, y con ellas imagino, que la vida habrá seguido su curso. Contadme pues, a qué se debe vuestra visita.

Jacobo cambió el semblante, de sobra sabía lo arduo que resultaba resistirse a la gracia de aquella mujer.

-Vengo a pediros ayuda Morgause…

Dudó por un momento, pero ella le hizo un gesto para que continuara, sonriendo ligeramente.

-Hace tres años me casé con una muchacha de la Isla de Mona, Anna- Aunque Morgause lo esperaba, tuvo que dominar un temblor.

-Ella es la razón por la que estoy aquí. –Continuó- Se cuentan tantas cosas sobre la hechicera del bosque… que insistió en que viniera. Cree que puedes ayudarnos, aunque ignora que nos conocemos.

-Una mujer inteligente la tuya, si sabe cuando ha de pedir ayuda. ¿Ha tenido algún aborto?

-No, ninguno. Jacobo respondió extrañado ante la clarividencia de la mujer.

-Bien. Existe un remedio bastante eficaz. Deberá tomarlo en infusión durante tres meses, empezando justo una semana después de la sangre lunar, y dejarlo cuando esta regrese o bien si queda en estado. Lo prepararé al amanecer.

-¿Cómo podría agradecéroslo?

Morgause, con el vaso de vino caliente en la mano, se acercó a una pequeña alacena, y mezcló algunas especias.

-No son más que hierbas que crecen por doquier, lo importante corre de vuestra cuenta Jacobo. Detuvo sus ojos en los de aquel hombre que la miraba con una especie de devoción. Y ahora, bebed- añadió- Os reconfortará.

-Sois muy amable.-Jacobo dio unos cuantos sorbos de la bebida, sintiéndose algo más tranquilo. Miró a la mujer que sonreía al fuego; los años no habían tratado mal a Morgause, si acaso la habían dotado con una belleza algo más sosegada. Por un instante fue como si el tiempo no hubiese transcurrido, y sintió deseos de suplicarle que entonara alguna canción como solía hacer en el pasado, pero el pudor le hizo cerrar la boca. Se sentía extraño, el calor de las ascuas comenzó a atontarlo, percibió el cansancio del camino. A la luz de las llamas el pálido rostro de Morgause resplandecía, sus ojos oscuros parecían carbones al rojo. El cuervo empezó a revolotear por toda la estancia mientras chillaba -¡Bebed! ¡Bebed!– Jacobo lo siguió con la mirada; batía sus enormes alas negras de modo anormalmente lento- ¡Bebed! ¡Bebed!- el vaso se le escurrió entre los dedos y cayó al suelo derramando el violáceo líquido.

-Jacobo ¿Os encontráis bien?- la expresión de Morgause no demostraba inquietud, media sonrisa se dibujaba en su boca. El cuervo posado ahora en su hombro, aleteaba sacudiendo sus formidables alas, envolviéndolo todo en una espiral de oscuridad, cubriendo sus sentidos -¡Bebed!-.Untitled_VIII_by_FaerieNymph

Un tímido rayo de sol procedente de la ventana le hería tenuemente los ojos; excepto por aquel detalle, Jacobo tuvo un dulce despertar. Se encontraba solo pero el aroma a hierba de Morgause impregnaba el lecho y toda la estancia. Se desperezó un poco y comenzó a vestirse mientras, confuso, intentaba recodar los acontecimientos de la noche.

El día, apenas nublado, era frío y ventoso. Miro al cielo intentando calcular cuando comenzaría la lluvia y si tendría tiempo para hacer el camino de regreso. Encontró a Morgause arrodillada junto al lecho del río lavando; frotaba enérgicamente, apartándose de vez en cuando los dorados mechones que rebeldes le caían en la cara. Se acercó hasta ella.

-Me alegro de que os encontréis mejor- dijo la mujer sin volverse.- Me temo que anoche no os sentó bien el vino.

-No entiendo qué me sucedió Morgause.

-Estabais agotado, cabalgasteis en una jornada lo que cualquier experto jinete hace en dos- dijo ella volviéndose al fin.-No le deis más importancia, el vino y el fuego hicieron el resto.- Tenía las mejillas sonrosadas y estaba muy hermosa.

Jacobo distinguió al cuervo parado sobre una rama cercana, observando con atención la escena. Sintió ganas de marcharse.

-¿Cómo os puedo agradecer todo lo que habéis hecho?

Ella hizo un gesto quitándole importancia.

-Tal vez algún día podáis volver con vuestro hijo.

Sus miradas se detuvieron un instante, los ojos del uno en el otro; Jacobo tuvo un estremecimiento que no supo reconocer.

-Será mejor que salgáis lo antes posible- continuó Morgause mientras sumergía de nuevo las manos en el agua- el día amenaza lluvia, y en tal caso ese percherón pasicorto que lleváis será más un incordio que una ayuda. He guardado en las alforjas el remedio para vuestra esposa y algo de agua y comida.

Jacobo fue hacia el establo y encontró al caballo ensillado y dispuesto. Subió a él, tomando la dirección del sendero. Dirigió una última mirada a la mujer que permanecía junto al río. Hizo un gesto de asentimiento, levantó la mano para despedirse, y sin más demora, azuzó a la bestia y partió a galope sin mirar atrás.

Morgause permaneció quieta observando como Jacobo se alejaba, con la certeza de que nunca más volvería a ver a su amante. En la superficie plateada del río, el reflejo de su rostro le devolvió una sonrisa satisfecha, tranquila.

-¿Maíz?-graznó el pájaro desde la rama. Morgause, que continuaba sonriendo se puso de pie despacio, encaminándose hacía la casa. El pájaro voló hasta su hombro. Con actitud soñadora, la bruja acariciaba despacio su vientre.

Al hilo de la iniciativa de "El cuentacuentos" Fotografía 1: Lucias_tears Fotografía 2:FaerieNymph

(Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

208

A las ocho menos cinco se apagaron las luces de las salas. Una a una, las ventanas se oscurecieron sumiendo al edificio en la más profunda de las tinieblas. Vista por fuera la inmensa construcción de hormigón no se diferencia en absoluto del resto de edificaciones que la rodean. El complejo hospitalario abarca buena parte del terreno cercado, pero se reservó el lugar más apartado para el sanatorio, lejos de miradas indiscretas, donde no significara ningún peligro para la gente normal. En el interior, las luces de emergencia suministran una iluminación fantasmal a las anchas galerías y pabellones. De vez en cuando el halo de luz que proyecta alguna que otra linterna, rompe el efecto. El eco de las pisadas de los guardas y el grito ahogado de algún enfermo, es lo único que interrumpe la calma aparente en el silencio de la noche. Pero dentro de cada una de las habitaciones cerradas con llave, la mayoría de los ojos permanecen abiertos en la oscuridad.

Tres de los guardas de seguridad que hacen su turno esta noche cenan comida china mientras intentan ver el partido en una pequeña televisión portátil. El resto del personal del sanatorio, médicos de guardia, enfermeros y celadores tienen salas propias en cada una de las plantas.

En la habitación 208, una sombra se recorta a la tenue luz que entra por la ventana. La cama a medio deshacer aguarda a su ocupante. El escaso mobiliario que llena el cuarto acentúa la sensación de aislamiento. Es muy joven, suaves bucles ondulados le caen en cascada hasta los hombros. Viste una holgada bata blanca que deja al descubierto la suave línea de su espalda; pero ella, ajena a su cuerpo, pierde la mirada en el horizonte enlutado. Como cada noche, permanecerá así durante horas.

Ha intentado suicidarse en varias ocasiones, pero los médicos no consiguen descifrar el porqué; por ello se encuentra recluida en la de zona máxima seguridad; todos los muebles están atornillados al suelo, la cama, la mesita, la silla… los cristales de la ventana son de seguridad y no hay objetos punzantes o con filo en ningún lugar de la habitación. Tampoco habla, de hecho, hace años que pronunció su última palabra y desde entonces no ha vuelto a emitir sonidos. No llora, no grita, ni siquiera en sueños. Tampoco en su expresión se revela miedo o inquietud, en realidad casi no hay nada, es como una cáscara vacía. Parece ausente, extraña a lo que la rodea, a toda intención, inquietud o sufrimiento.

Aunque no es capaz de pensar nada concreto (desde hace tiempo eso también le resulta imposible) se mantiene alerta; instintivamente sabe que en cualquier momento pueden venir a buscarla, y no desea que la sorprendan dormida, quiere estar preparada.

Transcurren tres horas. En el pasillo se escuchan unas pisadas sobre el mármol, el murmullo de unos susurros agita la tranquilidad de los corredores. Alguien avanza por el pasillo de la segunda planta.

Frente a la puerta, blanca como el resto, los pasos por fin se interrumpen. Una obertura acristalada del tamaño de una pequeña pantalla se abre a la altura de los ojos; al otro lado del cristal, un rostro acecha. En la oscuridad centellea una pequeña llave plateada.

La muchacha advierte el ruido de la cerradura. Ha entrado, la puerta se cierra silenciosamente tras él y puede percibir como avanza unos pocos pasos. Es un hombre pelirrojo, muy corpulento, de unos 30 años. Tiene los ojos exageradamente separados y unas facciones pequeñas inmersas en un rostro grotescamente grande, lo que le confiere un aspecto insignificante y a la vez perturbado.

-¿Qué pequeña? ¿Me estabas esperando?

Habla arrastrando las sílabas de forma empalagosa. Su boca roja y cruel se abre como un agujero en la oscuridad.

La obliga a darse la vuelta, apresándola entre sus brutales manazas.

-Muy bien, muy bien…- masculla mientras clava los ojos en ella- Así me gusta pequeña, que te estés calladita.

Comienza a acariciarla por encima de la bata, oprimiéndola contra su pecho. Ella simplemente se deja hacer, sus ojos inertes brillan en la tenue penumbra,Amber_in_Shadows_by_kedralynn2 extraviados. Hay tanto silencio que el tiempo parece haberse interrumpido. Estar allí con ella es muy parecido a estar solo, pero eso a él no le preocupa.

Busca su boca, hasta introducirle la lengua nauseabunda. Ella siente angustia, toda la repulsión de la que es capaz, pero no se resiste, no sabe cómo. Una anarquía de ideas la oprime, los caóticos laberintos de su mente en los que hierven mil pensamientos confusos, la paralizan, pero uno de ellos, poco a poco, se abre paso por encima del resto, de forma apenas perceptible. Lo fija durante un segundo, y con eso es suficiente.

Repentinamente da un violento salto hacia atrás. El hombre retrocede, presa del desconcierto, por un instante temeroso de que grite y alerte a alguien. Sin embargo el gesto de ella continúa totalmente ausente; los ojos muy abiertos observan el vacío por encima su cabeza, y con la mano en alto, blande un puñal invisible, como si fuera a clavárselo al aire.

Allí está ella, enmarcada por la luz procedente de la ventana, con la mirada vidriosa y perdida, y el puño en alto, terriblemente insignificante, amenazando a la nada.

Al intentar sujetarle el brazo, ella responde asestando feroces cuchilladas apenas con el impulso suficiente, hiriendo una carne invisible. Apuñalando su miedo, su dolor, una y otra vez, y otra vez más.

Él decide marcharse, se le han quitado las ganas. Tal vez vuelva mañana, cuando esté más tranquila.

“Es una loca” -piensa, intentando borrar aquella imagen de su mente- “No es más que una pobre loca”

Al hilo de la iniciativa de "El cuentacuentos"

Fotografía: Kedralynn

(Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

fictitious

DepressedConfusa, se despierta entre sueños, balbucea sin sentido hasta que consiente ser absorbida por la realidad. Le cuesta regresar. No es sencillo rescatar la percepción de las cosas antes que la conciencia, que los sentidos vayan recuperando uno a uno la voluntad, que la mente se ubique en el mundo y la persona en las circunstancias.

Se recuesta sobre la mesa del escritorio, el café humea. Su mirada adormecida se pasea por la habitación hasta una ráfaga de luz procedente de la ventana, la cual le devuelve un brumoso espectáculo; un confuso paisaje pintado en tonos ocres y grises, como si el mundo no fuera más que un boceto sin terminar trazado por alguien tan entumecido como ella, creando de este modo una sensación inconsistente de eso que a la gente le gusta llamar realidad.

Realidad… susurra mentalmente –“Quién sabe si la realidad es tal y como la vemos o tal y como la inventamos…”

Abre los ojos, ha percibido un sonido apagado procedente de la puerta. Ajusta un poco la vista, y distingue un sobre color crema en el suelo junto a ella. Se levanta. Observa sus pies, están envueltos en una extraña bruma blanquecina que se extiende lenta, suavemente por toda la estancia. Avanza, despacio hasta el lugar donde se encuentra el sobre, se agacha y tantea con la mano para encontrarlo entre la densa niebla. Lo coge. Su nombre está escrito en grandes letras mayúsculas, su tacto extremadamente satinado y está un poco arrugado por los bordes.

Casi con reverencia lo abre, con mucho cuidado de no dañar el papel. Un folio doblado en dos mitades, en él una frase:

SÉ QUIEN ERES

Se asoma por la mirilla, no hay nadie en el rellano, ni ruido en la escalera, aún así abre la puerta. Sigue sin haber nadie. La niebla se extiende lentamente, invadiendo el espacio como lava blanca, casi líquida y consistente, hasta llegar al primer peldaño donde se desaparece. Detrás de ella suena el teléfono; el timbre agudo la aturde, es mucho más fuerte de lo normal, con cada tono las paredes y el suelo se estremecen como si hubiese un ligero seísmo. Tapándose los oídos con las manos, trastabillando, consigue llegar hasta él y contesta. Al otro lado de la línea, aún más ensordecedor e inquietante, el sonido que producirían las hojas de mil tijeras afiladas cortando simultáneamente una cortina interminable le hiela la sangre en las venas, acelera sus latidos. Cuelga.

En su mano continúa el sobre, y en el papel ahora pone:

ÉSTA NO ERES TÚ.

Abre los ojos, el café humea. Su mirada vaga por la habitación hasta la puerta cerrada. El sol entra a raudales por la ventana, la claridad la obliga a entornar los ojos. Desde la calle percibe las risas y los gritos ahogados de los niños que van a la escuela acompañados de sus madres, los motores de los coches rugen quedamente sobre el asfalto, los sonidos amortiguados por el doble acristalamiento cobran de repente una entidad totalmente opuesta, creando el efecto de que no hay más realidad que esa.

“Realidad…”- susurra mentalmente.

Deaf_Dumb_and_Blind_by_glitterdarkstar

(Realidad y ficción se confunden, unen e involucran de tal manera en su existencia, que hace tiempo que ha dejado de discernir qué es aquello que las separa. Con la suficiente conciencia, camina por ese límite abismal y la vida se convierte en una especie de sueño lúcido, a veces soñado por ella misma, otras, por una persona a la que no conoce.)

Al hilo de la iniciativa de "El cuentacuentos"

Fotografía 1: Ermith Fotografía 2: Glitterdarkstar

(Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)