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martes

La mirada

Tu mirada es como un arma cargada que aguarda silenciosa, oculta en algún cajón de la casa; aparentemente inofensiva, esperando la ocasión propicia en que unas manos inexpertas por fin la empuñen para cumplir con su cruel destino. Tú, plenamente inconsciente, te reconoces distraído en el espejo por las mañanas, seguro de ser la persona más inofensiva de este mundo. Y cada noche, como siempre, sales en mi busca con total inocencia. Y aunque soy conocedora de este velado secreto, no puedo evitar ir a tu encuentro, tanteando mi estrella, buscando en tu cuerpo esa droga natural que tan sólo tú eres capaz de proporcionarme. Segura de que por más que la noche nos envuelva con su aterciopelado manto y la luna riegue de romanticismo el corazón de los amantes, o por intensa que sea mi sed, seré capaz de cerrar tus ojos con la pasión de mis besos y obtendré mi ansiada recompensa en caricias y placer, saliendo relativamente ilesa de tamaña exposición.
. . .
Que atrevimiento el mío, ni siquiera imaginar
que en algún momento, fundido en mi carne,
no me obligarás a mirarme en tus ojos.

Fotografía:
IceDance
(Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

jueves

Una sonrisa o una lágrima, pero no más tibieza

“No hay mayor enigma, ni secreto mejor guardado que la verdad del corazón de una persona. Tú, que observas frente a la pantalla, tienes dentro de ti el sagrado misterio que todos andamos buscando en los demás, tras el que corremos sin saberlo durante toda nuestra existencia, y que tal vez, jamás logremos desvelar.”

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Que no se vista tu mirada de indiferencia, ni cubra mi piel la desgana.

Que tus manos no acaricien escarcha y mis palabras se pierdan en la ingravidez del desamor.

Que la apatía no gobierne nuestras noches, y yo deje de regalarte el calor de mi dulzura.

Que no se diluya la cautivadora vehemencia de tu afecto,

y el tiempo venza finalmente mis impulsos.

. . .

Los días pasan como un sesgo perverso, el tiempo es como un abismo al que no deseo asomarme. Un precipicio, en caída libre, y en el fondo, el furioso mar se estrella contra las rocas, y ruge como ruge mi corazón.

Tu calma casi hiere. ¿Es sólo mi espíritu el que grita? Estoy ante ti, aparentemente pacifica, me miras y sonríes, callas. En tu intención adivino, como quien mira el fondo de un cristalino estanque, que tu corazón se figura cómplice del mío; sabedor de mis desvelos y tribulaciones, testigo de mis temores y angustias.

Sereno, me dedicas tus caricias y tu acogedor silencio, brindándome tus brazos para aplaquen mi amargura.

Y en ellos me sumerjo, en la incandescente ternura de tus besos, en la mágica calidez de tu tacto.

Tranquilo, pausado, ese es tu ritmo.

Feroz, colérico, así es el mío.

Fotografía: Shamanski (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

sábado

Para quien no ve más que lo que aprendió a ver...

-Quien quiera entender, que entienda-

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Que son mis silencios los que juegan con el idioma de mis miradas

mis miradas son las palabras que utiliza mi cuerpo

mi cuerpo es el cauce que violenta el río de mis matices

mis matices son los naipes de la baraja con la que juegan mis manos

mis manos traducen el lenguaje que expreso a base de anhelos

mis anhelos son el ardor que impulsa mi voluntad

mi voluntad es la savia que apremia mis deseos

mi deseo es el amo que ciñe mis actos

mis actos son el reflejo de lo que anida en mi alma

mi alma es el destello que brilla detrás de mis ojos

mis ojos son el espejo que utilizan mis miradas

y mis miradas poseen un idioma hecho de silencios

con los que sólo yo sé jugar.
Fotografía: Sheispretty (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

martes

El extraño

Nos vigila, acechando, apostado en las esquinas.

Muy adentro, en mi, en ti,

observa.

Grita en silencio, desgarrando su voz, su llama

tiñendo nuestra alma, el mismo espíritu, clama.

.

Se acomoda, vaciando en nuestra sangre sus espinas

Muy adentro, en mi, en ti,

se enerva.

Me alejo, pero su oscura visión se derrama

en la negra noche, yo sé que aguarda.

.

Y no cesa, crece. Cabalga

sin piedad, como el jinete negro a su caballo, avanza

sin tregua, en la tempestad que abrasa nuestros corazones,

hiriendo más que el olvido, envenena

y muy adentro, en mi, en ti,

se queda.

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Fotografía: Archeon (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

jueves

Walking after you...

Dibujo

Fotografía: Floriandra (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

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(Espera que cargue...)

martes

wish you were here

The_Light_by_FaerieNymphEspero tu sonrisa y espero tu fragancia

por encima de todo, del tiempo y la distancia.

Yo no sé desde dónde, hacia dónde, ni cuándo

regresarás... sé sólo que te estaré esperando.

.

.

En lo alto del bosque y en lo hondo del lago,

en el minuto alegre y en el minuto aciago,

en la función pagana y en el sagrado rito,

en el limpio silencio y en el áspero grito.

.

.

.

Allí donde es más fuerte la voz de la cascada,

allí donde está todo y allí donde no hay nada,

en la pluma del ala y en el sol del ocaso,

yo esperaré el sonido rítmico de tu paso.

.

.

.

Comprendo que de mí ya se ría la gente

al ver cómo te espero desesperadamente.

Cuando todos los astros se apaguen en el cielo,

cuando todos los pájaros paralicen el vuelo

cansados de esperarte, ese día

lejano yo te estaré esperando todavía.

.

..

.

No importa: aunque me digan todos que desvarío,

yo te espero en las ondas musicales del río,

en la nube que llega blanca de su trayecto,

en el camino angosto y en el camino recto.

.

.

.

Niño, joven o anciano, sonriendo o llorando,

en el alba o la tarde, yo te estaré esperando,

y si me convenciera que ese ansiado día

no habría de llegar, también te esperaría.

. . .

José Ángel Buesa. Fotografía:Faerienymph.

viernes

Dead-Girl-Walking

The_Promise_by_chobi

Como un inmenso gusano el tren surcaba las entrañas de la ciudad a una velocidad vertiginosa, simulando un gigantesco y palpitante torrente sanguíneo. Aquella tarde, de vuelta a casa, mi mirada se confundía con la mugrienta oscuridad de los túneles tras las ventanillas. En la calle llovía copiosamente, la gente entraba y salía en tropel de los vagones con signos evidentes de humedad en sus cabellos y ropas. Paraguas goteantes y labios amoratados completaban el típico retrato urbano de frío invernal.

El calor grasiento del metro en invierno me produce nauseas. Trato de evitarlas probando a distraer la mente del incesante traqueteo y los olores opresivos. Para ello, me gusta observar a algunas personas que llaman mi atención e imaginarme detalles sobre sus vidas. A veces me pierdo en sus conversaciones convirtiéndome ficticiamente en parte de ellas; otras, intento adivinar los libros que leen, descifrar sus labios silenciosos mientras recorren las líneas, o seguir el camino aparente de sus miradas perdidas en el vacío. A veces, incluso, les pongo un nombre.

En esta ocasión, desde el principio, me fijé en ella. Llevaba colgado a modo de mochila un aparatoso bulto con la forma y el tamaño de un violonchelo. Era menuda y pálida. Su extrema delgadez y el pelo negro y empapado, acentuaban los rasgos de la cara, sus pómulos prominentes y los grandes ojos hundidos. Había algo grotesco en aquella estampa. Resultaba difícil distinguirla con aquel enorme baúl a la espalda, como si aquella carga formase de algún insólito modo parte de su propio cuerpo.

Entró con la cabeza baja, y con cuidado, casi tímidamente, se apartó para no entorpecer el paso del resto de viajeros. A su lado, un par de jóvenes, apenas adolescentes -una alarmante mezcla de piercings, hormonas y mala educación- jugaban a empujarse de broma. Sus palabras ininteligibles y la torpeza de sus movimientos, revelaban el rastro evidente de una alta dosis narcótica en sus organismos.

Uno de ellos, en pleno aspaviento, se golpeó la mano con el instrumento de la chica, centrando peligrosamente su atención sobre ella. La miró con sus ojos extraviados durante unos instantes que parecieron eternos.

-Eh tú, renacuaja, ten más cuidado.

Acto seguido, giró en busca de la aquiescencia de su amigo, que le rió sonoramente la gracia, y empezó a murmurarle algo entre dientes.

La muchacha balbució unas palabras apenas perceptibles, aparentemente avergonzada y temerosa, y se apartó de ellos unos metros.

Con los ojos clavados en el suelo, su rostro era la imagen muda de la amargura. Tenso y crispado, parecía contener un llanto más que necesario. Tan delgada, casi incorpórea, su minúsculo cuerpo de niña ocultaba en alguna parte a la mujer que había dentro, provocándome una extraña sensación, una combinación entre la compasión más pura y el desconcierto intenso. Aún así, frené el impulso de interponerme entre ella y aquel par de tarados, temiendo, quizás mezquinamente, crearme problemas.

Recuerdo la escena a cámara lenta. Fotograma a fotograma, como si reviviera un sueño. El tren aceleraba tomando con brusquedad la última curva desde la siguiente parada. Justo cuando la gente empezaba a agolparse frente a la puerta más cercana para salir proyectada hacia sus respectivas ocupaciones, sin previo aviso, uno de aquellos chicos agarró desde atrás el violonchelo, tirando de él con violencia con la supuesta intención de arrebtárselo. Gracias al grado de embriaguez y a su falta de inteligencia, lo único que consiguió, antes de formar un alboroto importante en el vagón, fue derribar a la chica, que calló arrastrada por el peso del enorme instrumento.

Corrí a socorrerla. Un segundo antes de que la puerta se cerrara y abandonáramos la estación, mientras la ayudaba a incorporarse rodeada por paralizados viajeros -más llenos de curiosidad que de altruismo- el chaval que la había empujado, paró en seco en plena huída:

-MUÉRETE. -Gritó.

Aquella palabra resonó largamente por los túneles. Pareció silenciar hasta el desagradable sonido de las bisagras de las puertas al cerrarse; dejando tras ella un murmullo sordo que invadió a todos los ocupantes del vagón con una incómoda sensación. Uno a uno, se fueron dispersando: allí no había pasado nada.

- Cómo si fuera tan fácil.

Ella creyó que nadie había escuchado su susurro, posiblemente acostumbrada a pasar inadvertida. Pero yo lo hice. La oí; como también pude ver las vendas en sus muñecas, y las cicatrices. Los arañazos y los restos de sangre reseca. Los párpados amoratados, los ojos rojizos, y aquella espantosa marca violácea en el cuello, que durante un instante dejó al descubierto su oscuro jersey, mientras se ajustaba de nuevo la molesta mochila.

Busqué sus ojos intentando ocultar mi sorpresa. Me habría gustado decirle algo. Tal vez abrazarla, detenerla, o ayudarla antes de que desapareciera para siempre y no pudiera hacer nada por ella. Pero lo único que encontré fue su mirada vacía, que parecía desear por encima de todas las cosas, que la dejaran en paz.

Me bajé en la siguiente estación y nunca más volví a verla.

A veces, por las noches, antes de dormir, me asalta su imagen y la seguridad de que ha muerto. Intento recrear la escena y pensar algo que decir, las palabras exactas y adecuadas, capaces de cambiar el curso de los acontecimientos. Pero aunque una de estas noches por fin las encuentre, sé que será demasiado tarde para ella.

Quizás las guarde para la próxima vez.

Fotografías: Chobi y ClaudiaMyLove

(Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

martes

"Cuando vea los ojos que tengo en los míos tatuados"

Linda03_by_Afri

(estar)

Vigilas desde este cuarto

donde la sombra temible es la tuya.

No hay silencio aquí

sino frases que evitas oír.

Signos en los muros

narran la bella lejanía.

(Haz que no muera

sin volver a verte.)

A. Pizarnik