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domingo

Vasos comunicantes.

unfaithful_by_Crackart Todos levantaron la cabeza y escucharon. 

-¡Chist! ¡Ahí está otra vez!

-¡Ay!

Un codo clavado en las costillas no es la forma más sutil de dar una noticia, sobre todo cuando ésta es innecesaria. La mirada de Alice perseguía la figura que se deslizaba clandestinamente entre los asientos de la sala de conferencias sin necesidad de que la articulación más punzante de Laura se clavara en ninguna parte de su cuerpo. Le dedicó una mirada asesina a su amiga del alma, la cual fue ignorada sin un atisbo de mala intención. Los ojos de su compañera de fatigas apenas podían despegarse del púlpito donde su antiguo profesor, y actual director de tesis, daba un tedioso parlamento sobre pragmatismo con la misma emoción de un presentador de noticias.

-Me voy – anunció Alice por lo bajo.

Laura sólo tuvo tiempo de boquear su desconcierto un par de veces  antes de que la voz de contrabajo de su admirado profesor volviera a concentrar toda su atención. Alice adoraba a Laura por ese tipo de cosas. Era  primaria. Muchos habrían tachado su comportamiento como egoísta o frívolo, pero ella sabía que aquella imagen poco tenía que ver con la realidad de su amiga. Por el contrario Laura era una persona profundamente respetuosa e independiente que no necesitaba cuestionar ningún movimiento de los que la rodeaban, siempre que después le contaran con pelos y detalles los resultados. A veces como contrapunto y otras como némesis, Alice intuía que su amiga era lo más cercano a una media naranja que había en su vida, y más de una vez se había sorprendido lamentándose de su género, y en ocasiones, incluso, de su heterosexualidad.

Pero Alice no necesitaba aquello. Necesitar era, a la larga, demasiado costoso. Un círculo vicioso en el que una vez que obtenías lo que necesitabas la vida encontraba el modo de arrebatártelo para que aprendieras a seguir viviendo sin necesitarlo. No. Ella ya tuvo todo lo necesario y, en consecuencia, había aprendido a vivir sin ello. Otro aprendizaje habría resultado del todo superfluo. Por eso el hecho de encontrarse en aquel momento camino de su casa inspirada por aquella sombra que la había precedido  escabulléndose de la conferencia, se debía, según su análisis, a una comezón, a un deseo que tenía que ver más con una curiosidad científica que con una exigencia interior. Alice tenía una teoría  que había gestado en los últimos meses inspirándose en los vasos comunicantes de Galileo. A grandes rasgos era la siguiente: dos personas, es decir dos sustancias de la misma naturaleza, sujetas a diferentes contextos y circunstancias, a modo de recipiente, alcanzarán contemporáneamente la misma cota de pensamientos, no debido, en este caso, a la presión atmosférica, sino a la del puro instinto. La comprobación práctica de esta teoría era más complicada de lo que pudiera parecer ya que los pensamientos no manifestados en palabras o acciones permanecen en el fuero interno de quien los genera. Por eso, de momento, su teoría hacía aguas y era un éxito a partes iguales.

Pero aquél resultó ser su día de suerte. El porcentaje de éxito subió varios puntos cuando vio las llamadas perdidas en su móvil. Y en cuanto entró en el portal de su casa, tan sólo restaban las conclusiones finales y la publicación en los medios oportunos, empezando por su propio diario aquella misma noche. Aunque lo primero, desde luego, era concluir el experimento.

Sin decirse una sola palabra ambos se metieron en el ascensor. Más que excitante a Alice le resultó incómodo, como si aquellas cuatro paredes estuvieran esperando algo que ella aún dudaba en llevar a cabo. El silencio no ayudó pero tampoco empeoró las cosas. Mientras buscaba las llaves percibía con claridad la mirada de él clavada en su espalda. El nerviosismo era algo que había que asumir dada la situación y supuso que ya en su casa, en su territorio, el equilibrio de poderes se alteraría dándole un respiro. Se equivocaba. Abrir las puertas de su pequeño universo personal a su cobaya le hizo sentirse aún más desvalida y fuera de control, lo que a buen seguro no iba a beneficiarla.

Por eso puso una lata de refresco en las manos de su visitante y se sentó en el sofá en un intento de recobrar el dominio. Tal vez dejando que él tomase la iniciativa tendría el tiempo suficiente para que se le ocurriera algo.

-¿Te pone taciturna saber que vas a hacer algo malo?

Alice no esperaba aquello, aunque resultara un buen argumento de que su teoría era auténtica. Hacer algo malo no entraba dentro de las posibilidades que había barajado, aunque las cartas con las que participaba habían sido las mismas desde el principio. Observar como su mente había jugado con ella no era agradable: saciar una curiosidad era una cosa, pero la necesidad de hacerlo era otra muy diferente.

-No voy a hacer nada malo.

El Conejillo de Indias se encogió de hombros y bebió de su refresco, dando a entender que daba igual lo que ella dijera. Y era cierto. Ambos, cada uno a su manera, eran conscientes del juego con el que se venían entreteniendo los últimos meses. Una partida que ninguno de los dos deseaba pero que estaban dispuestos a jugar recurriendo a cualquier excusa. Alice tuvo que tragarse su autosuficiencia por miedo a desperdiciar una oportunidad que seguiría buscando hasta que se aburriese del juego, cosa que no sucedería fácilmente. Además, en éste en particular, jugaran como jugasen los dos ganaban y perdían, pero la recompensa de las apuestas intermedias era, por lo menos, apetecible.

La respuesta a las tribulaciones de Alice llegó apenas dos horas después de aquel refresco cuando su móvil comenzó a vibrar frenéticamente sobre la mesilla. A tientas, todavía somnolienta, contestó con un balbuceo. Lo que escuchó al otro lado le devolvió de pronto a la realidad junto con la esperanza de que tal vez su adaptación de la teoría de los vasos comunicantes no estuviera tan desencaminada al fin y al cabo. Laura sonaba pletórica. Había olvidado las llaves y quería que advirtiera a la cobaya de que le dejara un juego debajo del felpudo. No quería despertarle y tenía la intención de llegar tarde a casa. Tal vez muy tarde. Su director de tesis acababa de invitarla a cenar.

I_just_call_to_say_____by_bubble_gum_heart

Al hilo de la iniciativa de El Cuentacuentos.

Imagen 1: Crackart

Imagen 2: Bubble_gum_heart

*Llevo una semana y pico en que mi salud y mis ánimos no han sido los mejores ni para escribir ni para leeros. El relato da  muy poco de sí, lo sé, pero no me apetecía escribir sobre cualquier otra cosa y acabar profundizando sin querer en temas personales, por eso más que un relato es un ejercicio de despegue, otro más. Reconoceréis que al menos esta vez no muere nadie... :P

Os voy visitando. Besos para quienes gusten.

De vuelta a casa (tentativa a modo de cuento gótico)

In_the_Forest_of_Ancient_LIght_by_Karezoid La interrogación sin punto sólo sería una curva peligrosa, igual que aquella: una ondulación serpenteante que remataba sin previo aviso en un sendero que se introducía entre los árboles, tan estrecho que uno no podía aventurarse a través de él más que a pie. Dudo aún si mi memoria será capaz de conceder una explicación aproximada a los hechos que acontecieron, y espero que aún conserve un sólo recuerdo en el que haya más verdad que delirio, pues cada ocasión en que mi mente regresa a aquellos momentos una neblina de irrealidad lo reviste todo, como si al final de aquella curva hubiera cruzado algo más que la entrada al sitio al que mi anhelo me dirigía con tan angustiosa aflicción.

Como le decía, paré justo en el acceso a la pequeña galería rodeada de arbustos. La noche se colaba entre las tupidas hojas invadiendo de sombras todo lo que me rodeaba. Caminar por aquel lugar que apenas unos días antes había recorrido a plena luz del sol me hizo extrañamente consciente de todas mis sensaciones. La suave brisa, el olor a tierra mojada y a vegetación, el susurro silencioso de las ramas y mi corazón latiendo a un ritmo sofocado por el sosiego, no exento de cierto halo siniestro, que se respiraba en el aire, me indujeron a un estado febril a la vez que expectante.

La cancela no emitió sonido alguno. Atravesé el corredor de arbustos con un ansia feroz pero reprimida, como si mis pies me llevaran sometidos más a la inercia del subconsciente que a mi propia voluntad. Una vez que pisé el límite de hierba, creo que me detuve unos instantes para observar las sombras blanquecinas que se asomaban tímidamente entre las raíces de los árboles.

Al pensar en ello ahora y relatarlo con palabras privadas de aquel triste ensueño que me tenía hipnotizado, me sorprende mi propio valor. El hombre que tiene usted delante no daría un paso en las mismas circunstancias. Pero en mi penoso estado, mi honda tristeza, me empujaba a un acto final y desesperado en un esfuerzo por arrancarme este mismo dolor que todavía hoy no me permite dormir, para poder -¡ingenuo de mí!- seguir adelante.

Prueba de la espontaneidad de mi propósito fue no llevar conmigo más herramientas que mis propias manos. Ni siquiera me detuve a pensar en las dificultades que surgirían. La primera de ellas fue encontrar mi objetivo en la oscuridad. Me llevó más tiempo del que hubiera imaginado, topando con él finalmente casi por casualidad. Me arrodillé sobre la tierra removida y fresca y musité unas palabras, una oración improvisada implorando perdón por aquel audaz atrevimiento, por aquella violación de un más que merecido descanso.

Vacilé, he de admitirlo. Durante unos segundos no conseguí comprender qué determinación era la que guiaba mis actos. Una voz clamaba en mi interior palabras ininteligibles, con un ímpetu devastador, y tiraba de mi voluntad con más fuerza que mi propia razón. Si me pregunta en este momento qué fue lo que me llevó a hacerlo, mi respuesta sólo podría ser una: algo –fuera lo que fuese-más fuerte que yo, dentro de mí, me lo ordenaba.

Yo me limité a acatar sus órdenes. Tomé la rama de un árbol lo suficientemente gruesa para ser útil, y comencé mi tarea. Durante toda la noche mi cuerpo apenas reparó en el cansancio y nada recuerdo de lo que pudo pasar a mi alrededor durante aquellas horas, tal era mi enajenación y abatimiento. Con las manos ensangrentadas retiré los últimos montones de tierra húmeda y las posé por fin sobre la fría y pálida madera. No sin esfuerzo desprendí una a una las tablas que me separaban de mi amada. El relato de lo que en aquel instante vieron mis ojos escapa a mi capacidad y comprensión. Allí estaba. ¡Tan hermosa y tan fresca como en vida! Su cabello oscuro relumbraba en la exigua luz del alba. Su rostro desprendía una luz vital tan bella que habría sido la envidia de cualquier joven muchacha. Pero su expresión…. ¡Oh, su expresión! No existen palabras capaces de hacerle justicia. Era de un terror infinito. Los ojos abiertos en toda su magnificencia, clavados en el cielo como una súplica, implorantes. Su boca tan dulce, contraída en una mueca de puro horror. Y sus manos, tan pálidas y delicadas antaño, yacían sobre su pecho, cubiertas de sangre, uñas y piel desolladas. Se había arrancado la mortaja a tiras y en su cuello blanco había oscuras señales fruto de los desgarros que habían producido en su garganta sus atroces y anhelantes gritos de auxilio.

¡Comprende ahora! Feeding_The_Disease_by_decrepitude¿Es capaz de contemplar la absoluta desesperación de mi alma ante tan monstruoso espectáculo? La que fue la luz de mi vida, mi compañera, mi amada, la parte que yo más adoraba de mi propio ser, no murió en la quietud e intimidad de su lecho, junto a mí, tal y como todos pensamos. Murió allí, días más tarde, en la más aterradora de las soledades. La mente humana no es capaz de recrear el infierno que debió de padecer mi esposa en aquellos últimos instantes, pero yo aún no he dejado de escuchar sus gritos implorando mi ayuda, dentro de mi mente, a cada instante.

Por eso lo hice y no espero indulgencia alguna por su parte. Los asuntos de este mundo ya no me conciernen. No después de lo que vieron mis ojos aquella aciaga noche. No pude abandonarla otra vez, ella jamás me lo hubiera perdonado.

El rigor mortis apenas había afectado sus miembros cuando la tomé en mis brazos. Ligera como una pluma, bella todavía. Cerré sus ojos con dulzura, besé sus labios aún tibios, incluso pude percibir un leve murmullo salido de ellos, como un dulce suspiro de alivio al saber, que la traía de vuelta a casa.

Al hilo de la iniciativa de El Cuentacuentos

Imagen 1:Karezoid

Imagen 2: Decrepitude

Safe Creative #0805130028241

* Este engendro está inspirado en dos cosas. La menos evidente, aunque más directa, es un vídeo genial de "A perfect circle", las más evidente es Edgar A. Poe con su magistral relato "El entierro prematuro", por supuesto con el máximo respeto para los grandes. Me consuela que los unos y -sobre todo- el Otro, al menos jamás sabrán de él :)