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domingo

nunca estarás sola

Al final, se rompió la tetera. Creí que no lo lograría. Imagino que existen mejores maneras de llamar la atención, pero en mi estado, créeme, no se me ocurren demasiadas. Esperaba que no me odiaras por esto, sé cuanto adorabas esa tetera, pero nunca habría imaginado tu reacción. Has llegado a la hora de costumbre a casa, te has parado a revisar el correo frente a la puerta, has entrado, has tirado las llaves sobre la mesa y te has quitado el abrigo y las botas sin dejar de leer una factura. Después has merodeado sin rumbo por el salón durante un par de minutos con los ojos clavados en el papel sin tropezarte una sola vez. Siempre me he preguntado cómo puedes hacer tantas cosas al mismo tiempo y sin embargo ser incapaz de montar en bici media hora sin acabar con las rodillas peladas. Pero tú eres así, peculiar, torpe y elegante a la vez, hay cosas que se te resisten por naturaleza, aunque hay otras… sí, desde luego que hay otras en las que eres única. Pero como te decía, has hecho lo de siempre, has puesto algo de música y por fin te has dirigido a la cocina en busca de un zumo. Me he preparado como hago cuando sé que me va a caer una bronca tuya, respirando hondo y cruzando con fuerza los dedos con las manos escondidas tras la espalda; y te puedo asegurar que ha sido decepcionante. Estabas sorprendida, es cierto, has mirado a tu alrededor como si hubiera algo que no te cuadrara, pero al final tan solo has resoplado un poco y te has limitado a agacharte para recoger los pedazos de porcelana del suelo y tirarlos a la basura sin decir una sola palabra. No lo entiendo, estás tan callada últimamente, no hablas conmigo, ni siquiera peleas, simplemente haces tu vida en silencio, como una zombi, ajena a mí, como si no estuviera a tu lado. De vez en cuando te escucho mientras cantas bajito desde alguna otra habitación, siempre salgo corriendo para observarte, imaginando que ha habido algún cambio, que tal vez estás más dispuesta a comunicarte conmigo, pero nunca es así. Cuando llego te detienes, te abrazas como si sintieras frío y tras unos segundos vuelves a lo que estabas haciendo, colocar la ropa, releer la página de algún libro o teclear en el ordenador, en silencio.

¿Qué nos ha pasado? Lo hacíamos todo juntos. ¿Recuerdas? Sé que siempre tuvimos problemas pero estos nunca significaron lo suficiente para alejarnos. Echo tanto de menos que me hagas reír, incluso que te metas conmigo, que me mires a los ojos con esa mirada que solo era para mí y para nadie más. Hace tanto que no la veo, tanto tiempo que no te toco ni te acaricio, hace tanto que no me cuentas tus cosas…something_has_changed_by_Mongibello

Esta situación me está volviendo loco. Odio esto, lo que nos está sucediendo, sobre todo por las noches. Pasas horas llorando y no permites que te consuele, no puedo abrazarte, no eres capaz de escuchar lo que te digo, estás en otra parte, muy lejos, como si un velo de acero invisible nos separase. Lo de la tetera no ha sido más que otro de mis intentos desesperados por llamar tu atención aunque de sobra sé que no sirven de nada. Cambio tus cosas de sitio, abro y cierro las puertas, los grifos, las ventanas. ¿Qué más puedo hacer? Dime. Estás fría, gélida hacia mí, tanto que casi puedo imaginar lo que en el fondo estás intentando lograr con tu actitud indiferente: que te abandone, que me marche lejos de ti para siempre, que deje de importunarte con mi presencia para que puedas continuar con tu vida. Pero no lo entiendes, una mañana hace unos años mientras estabas en mis brazos te juré que jamás, nunca, te dejaría sola, y esa es la única promesa que he decidido cumplir hasta el final. Y sé que a pesar de lo sucedido aún me amas, lo sé porque noto como te emocionas mientras miras nuestras fotos, como escuchas una y otra vez nuestras canciones, como te abrazas a la almohada para poder dormir. Sé que me necesitas y no he podido marcharme, no puedo abandonarte así, como si nunca hubiera existido o lo nuestro hubiese acabado. Por eso seguiré a tu lado, nada podrá separarnos, ni siquiera el accidente.

Al hilo de la iniciativa de "El cuentacuentos"
Imagen: Mongibello

Creative Commons License

lunes

that kiss

kiss_by_Mina_IxchellEl sol brillaba alegremente en la mañana del gran día, pero el suelo seguía blanco de nieve y el aire era muy frío, tanto que a pesar del paisaje tuvo que cerrar la persiana y dedicarse a observar a través de los pequeños orificios luminosos. Aguantó un par de minutos espiando la calle por el improvisado ojo de mirilla, cuando no pudo más se metió de un salto en la cama tapándose con las mantas hasta los ojos. Un murmullo espeso y unos jadeos somnolientos la acogieron en la tibieza del iglú de la ropa de cama. Se dejó hacer. El escalofrío de una mano caliente atrapando su vientre le cortó la respiración, su cuerpo se deslizó en un crujido de sábanas acercándose a él, sintiendo por fin su aliento en el cuello, su espalda contra su pecho. Cuando el corazón empezó a bombearle con fuerza se obligó a recordar cómo se respiraba. Sí, primero se cierran los ojos, luego se baja del cielo y después el aire comienza de nuevo a acudir a los pulmones. Sonrió en la oscuridad. Se preguntó si el paraíso sería una fría mañana de domingo metida en la cama entre sus brazos. No. Sin duda el paraíso sería muchas mañanas como aquella.

Muchas mañanas como aquella… no podía lamentarse, al menos lo había probado, un pequeño pedazo del gran pastel del edén, un sorbo de felicidad antes del infierno del olvido, la rutina y la muerte. Una vez que aquellos pensamientos comenzaban a fijarse en los márgenes de su cerebro no había marcha atrás. Intentó dominarse, gimió en silencio, se revolvió en dentro de su cuerpo sin apenas moverse, pero un abrazo más fuerte intentó aquietar sus temblores. Aquel fugaz gesto la sumergió en una angustia de abandono contra la que no podía combatir. Quedó quieta, dejando que el tiempo pasara, permitiendo que él durmiera abrazado a ella por primera y última vez.

Su mente no era su amiga, lo fue en el pasado, pero desde hacía años se libraba una batalla campal en su cerebro, un perturbado caos entre el miedo y la entereza que se había convertido en el germen de la persona que era. Después del tiempo y a medida que el final se acercaba había dejado de pretender que aquello cambiara; no tenía sentido seguir luchando en batallas que tarde o temprano sabía que perdería. Aunque sus pensamientos no lo tuvieron fácil, al principio peleó con la osadía de un guerrero por atesorar los instantes que le quedaban, finalmente el dolor y la desesperanza fueron más fuertes. La amargura en los ojos de los que la contemplaban marchitarse poco a poco hizo que advirtiera que desde el principio aquél era un combate desigual. Los perdió a todos ellos, a conciencia y pieza a pieza, jugando una partida de ajedrez malsano en que cada una de sus defensas, de sus mayores apoyos, fue sacrificado para poder afrontar a solas la adversidad.

No deseaba víctimas colaterales en la contienda, lastrando su conciencia antes de su marcha, pero las manos que la acariciaban, los brazos que la sostenían y el corazón que latía en aquel momento junto a su cuerpo lo terminarían siendo de todos modos, tanto si permanecía a su lado como si se marchaba en aquel mismo instante. Débil y egoísta, eso era, un fantasma que aún respiraba aferrándose al mundo y a la gente que lo habitaba cuando ese ya no era su lugar. Experimentando y aprovechando momentos, sintiéndose más feliz que nunca, cuando ya le había sido arrebatado ese derecho…

-Shhhhhhhh –susurró junto a su oído.- ¿Qué piensas? Vuelves a temblar.

-Nada, intentaba dormir.

-Mentirosa.

-¿Por qué dices eso? No sabes en qué estoy pensando.

-Escucha –dijo y la apretó más fuerte.-Nadie me ha obligado a venir aquí, y nadie, excepto tú, podrá obligarme a que me marche. Pero antes de que lo hagas quiero que entiendas una cosa: todos tenemos que lidiar a solas con nuestros miedos, y te agradecería que me concedieras el gran privilegio de que yo lo haga con los míos, creo que tú ya tienes bastante. Y ahora, por favor, deja de temblar y…

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Entonces descubrió lo sencillo que era llorar sin que las lágrimas ahogaran sus ojos.

Al hilo de la iniciativa de "El cuentacuentos"
Imagen: Mina_Ixchell

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domingo

tan cerca, tan lejos

3_by_shyble

Todo sucedió en un minuto ¿para qué más, mi amor? Sigo en la misma posición y lugar sin embargo aún puedo percibir el sonido amortiguado de tu respiración si me concentro lo suficiente en enviar las órdenes apropiadas a mi cerebro, para que advierta por fin que no es necesario que el tiempo transcurra para que las cosas cambien. Sé que transcurre, soy más consciente de lo que lo he sido nunca. Intentar acomodarlo a la confusión de pequeñas partes en que la física divide lo que sucede, como si comprender lo intangible sólo fuera posible seccionándolo -cuanto más pequeño más simple, cuanto más simple más tangible-, es uno de los métodos que más nos reconfortan a todos nosotros, débiles envolturas de músculos, arterias y huesos, imperfectas mentes incapaces de aprehender la realidad sin esos trucos de titiritero. Es triste y no me salvo, lo sé: utilizo los días como una cuenta atrás, las semanas para contar la llegada de los viernes por la noche, los años para calcular los que me quedan, y últimamente, a tu lado, esa consciencia ha sido aún más terrible. He llegado a experimentar todas las estaciones en un día, desde el cálido verano lleno de ocasos hasta el frio helado en el rostro del invierno, la frágil lluvia que congela las lágrimas que de vez en cuando acuden a mis ojos. ¿Imaginas experimentar un año en un día para tener que sentir ahora que sesenta segundos son casi un año?

Pero por una vez la conciencia permanece tranquila, sabe que te he buscado en todos los ojos con los que me he cruzado. En los de hombres y mujeres, en los míos, en los tuyos, creyendo que allí te encontraría. He buscado las excusas, el antídoto, el santo grial, un milagro, un beso, un día más, una noche, nuestra canción, la forma en que tu dedo corazón me acariciaba, la inoportuna perfección del lóbulo de tu oreja; buscaba lo que fue, lo que es, buscaba un “será”. Busco no necesitarte, no sentir el miedo hacía mi misma, el mismo que experimento cuando no puedo impedir que las cosas cambien ni que el tiempo transcurra, para comenzar a buscar en todas partes lo que ya no es, lo que se fue y lo que no será.

Ahora me ahogo en los dorados granos del gran reloj de arena de la vida. Resbalan sobre mi cabeza en un delgado hilo de oro y me han adormecido hasta cubrirme por completo. Apenas puedo abrir los ojos para mirarte sin que penetren en ellos para entumecerme aún más. Mis manos reposan junto a mi cuerpo, muevo los dedos torpemente mientras las brillantes partículas se escurren. Los estiro hacia ti pero no puedo alcanzarte aunque estés aquí, junto a mí, en este sofá. He caído en la cuenta de que tal vez lo que transcurre es el espacio y no el tiempo; hubo días en que kilómetros no eran distancia, y ahora, cuando apenas la nada nos separa, un universo me aleja de ti. Pero eso ya no importa, sé que no hay tiempo ni espacio sino la percepción que tengo de ellos y, siendo honesta conmigo misma, mientras me sigo ahogando, desearía volver a recorrer el camino que me lleve de nuevo a ignorar esa sensación de conocerlos tan bien.

Por eso cuando decidas marcharte te acompañaré hasta la puerta. De algún modo lograré desprenderme de todo el peso, lentamente, como si emergiera entre densas arenas movedizas; primero una mano, luego un brazo, después el otro, y así hasta lograr un paso, y luego otro, y otro más. Me sacudiré cada grano de desesperanza, cada residuo que haya ido minando mis ilusiones, todos los restos que hayan anestesiado mi corazón. Sé que quizás sera un camino largo, pero con algo de suerte, no creo que me lleve más de un minuto decir adiós.

Al hilo de la iniciativa de "El cuentacuentos"
Imagen: Shyble

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