Cargando...

martes

La casa del acantilado

Hay una gran casa donde termina la colina, frente al mar.

Un abrupto acantilado es lo único que la separa de las nubes y del azul infinito.

Nadie sabe con certeza si está habitada.

No suelen acercase por allí.

Algunos aseguran haber visto a una misteriosa mujer salir de ella

y vagar por los caminos que se adentran en el bosque.

Una mujer de ojos oscuros e indescifrables que siempre ofrece a los caminantes una tierna sonrisa

y una enigmática mirada.

Quiénes dicen haberse cruzado con ella han quedado presos de su influjo

y cada vez que se les pregunta sobre el asunto evitan responder con ojos esquivos

y se marchan alegando algo que hacer.

Es como si no deseasen revelar sus secretos, si es que acaso alguien que no existe los tiene...

Sea como fuere, los guardan en su memoria atesorándolos como algo que sólo sucede una vez en la vida.

Yo en su lugar haría lo mismo.

A veces, bajo esa suave colina que conduce al mirador, al atardecer.

Haga frío o calor solo detengo mis pasos justo al borde del precipicio,

para sentirme abrumada con esa mordiente inquietud que produce la enormidad del mar ante los ojos.

Mientras disfruto de la sensación, la casa parece estar observándome.

En ocasiones por las noches sueño que por fin mis pasos me conducen hasta ella.

Avanzo sin apartar la mirada de sus ventanas, escoltada únicamente por el rugido

de las olas al besarse con las rocas

y siempre creo ver unas sombras ocultas tras los oscuros cristales, aguardándome.

Me detengo un momento antes de abrir la cancela, intentando valorar las posibilidades,

pero son tantas, que no me queda más remedio que seguir adelante.

Subo los pocos escalones que conducen a la puerta, y llamo.

Escucho unos pasos, sé que es ella, pero siempre despierto antes de que abra

.

Esta tarde, con los últimos restos de luz, tras deleitarme con un ocaso gris, me dirigí a la casa.

La cancela estaba rota y el jardín descuidado.

Llamé a la puerta pero nadie salió a recibirme.

Rodeé la casa, miré a través de las sucias ventanas y tan sólo logré ver muebles cubiertos de polvo

y mucha oscuridad.

Me alejé despacio decepcionada y sombría.

Cada paso que daban mis pies me pesaba en el alma y consumía mis ilusiones.

Me tachaba de ingenua por haber fantaseado con la existencia de ocultos moradores en esa casa abandonada,

por creer, de un modo tan inconsciente, que un sueño cimentado en el corazón puede ser una realidad tangible.

La noche me alcanzó subiendo la colina, mientras lágrimas de impotencia nublaban mis ojos.

Paré un momento para recuperar el aliento y una gélida corriente atravesó mi cuerpo como un presagio.

Instintivamente me volví para mirar una última vez la casa.

La oscuridad me sorprendió con el destello de una cálida luz en las ventanas,

procedente de un hogar encendido que sin duda daba calor a las sombras

que cruzaban una y otra vez tras los cristales, y que parecían tan reales y vivas como yo.

Lo comprendí todo y seguí mi camino.

Ahora sé quiénes son esas sombras y qué hay que hacer para entrar en la casa.

Esta noche cuando cierre los ojos me estarán esperando.

Abrirán sus puertas a una nueva soñadora, y compartiremos historias, té y más de un ocaso.

Untitled_by_ThisYearsGirl

Fotografía: Thisyearsgirl A Ayriien, donde quiera que esté, por aportar tanta belleza a mis sueños.
(Esta obra está bajo una Licencia de Creative Commons. )

lunes

Atravesaste la pared de mi cuarto, y te mostraste ante mí con la gracia propia de un ángel. En tu limpia mirada, supe percibir el fulgor de mil estrellas nocturnas esparciendo su esplendoroso sortilegio sobre mi piel, que se abrió como una flor, para acoger el rocío de la mañana. Tu fragancia ha inundadoAngel____by_LordRavenous el mundo en el que permanezco; hechizada la sangre, en mis propias venas.

.

.

.

Has sido fina arena entre mis dedos,

agua para purificar el cuerpo,

el fuego en mis entrañas,

y viento que azota mi espíritu.

Tú, deliciosa y tentadora presencia.

.

.

.

.

.

.
Fotografía: Lord_Ravenous (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

dolor por dolor

Mi dolor. Dolor afilado, cruel, brusco y latente.

Dolor que sufro, que infrinjo, que soporto, que regalo.

Amo y esclavo de mis días,

éste dolor, dulce, malintencionado,

oscuro espejo de mi persona.

I_Was_Scared_by_LunarRose

Se sentó para disfrutar del encanto del momento, llena de un mezquino orgullo mal disimulado, bien embozada detrás de un disfraz cuajado de excusas. Aquel preciso instante que le había sido regalado, después de tantos esfuerzos, traería consigo una sabrosa recompensa. Meditó sobre ello, sondeando sus sentimientos.

Tras unos segundos, comprendió que estaba vacía.

Miró sorprendida un poco más adentro, allí donde antaño se encontraban las razones que la llevaron a hacerlo; y se encontró que éstas yacían marchitas en un vasto desierto.

Una a una las repasó por si acaso: todas estaban muertas.

Buscó con la lógica, con el intelecto, con la intuición y el corazón. No halló más que los cadáveres de sus antiguos pensamientos, ajusticiados, al parecer, por su exceso de insolencia. Murieron todos dejando detrás un espacio deshabitado allí donde antes reinaba el despecho. Despojos infectos que emponzoñaban el terreno, corrompiendo el alma. Y se quedó sola; indefensa y sola ante un dolor inmenso, mucho mayor y penetrante que aquel que a ella le infringieron.

Pensó en ello. En lo que había hecho.

En las palabras pronunciadas, en los silencios, en su necesidad de transmitir todo aquel pesar que llevaba dentro, de liberar sus entrañas del rencor y la rabia, de pagar con la misma moneda cada momento de tristeza, resarcirse de cada lágrima provocando mil de ellas. Castigando a quien no tiene culpa con un mal inmerecido.

Dolor por dolor, daño por sufrimiento.

Entonces comprendió que no hay dolor devuelto que no reintegre su cruel presente con viciada intensidad. Multiplicando su fuerza regresa, causando una herida aún más profunda, pues no hay dolor más terrible, que envenene más el alma, que ver la angustia en los ojos de quien se ama.

Fotografía: LunarRose (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

martes

here in my room

Acababa de salir de la ducha, se secaba el pelo con una toalla frente a la ventana. La tarde era del color de la ceniza pero las nubes se empeñaban en guardar su tesoro como si no desearan rozar las calles ni a la gente que transitaba por ellas. El tiempo fluía con una cadencia silenciosa. Los sonidos ahogados por el doble cristal contribuían a crear una apariencia mustia y descolorida del mundo y de sus habitantes.
Cerró la persiana de un golpe, hastiada.
La casa seguía desordenada fruto de una noche de insomnio y lecturas poco acertadas. Se encendió un cigarro, inhaló profundamente, deseando que el humo nublara la desazón que empezaba a abrumarla. Mientras recorría sus entrañas, el vacío de las mismas se hizo casi palpable, increpándola desde dentro. Al expulsarlo la habitación se llenó de una tenue niebla que envolvió su cuerpo como un sudario haciendo juego con el color de su piel en la penumbra.
Se acercó despacio al aparato de música, y antes de programarlo para escuchar la misma canción una y otra vez, giro la rueda del volumen al máximo. Cogió el cenicero y se tumbó en el sofá apoyando los pies sobre el respaldo.
Cerró los ojos e intentó limitarse a escuchar.
Lejos de perderse en la melodía, que dio comienzo liberando paulatinamente un piano, una guitarra y una batería, cada nota ahondó a través de los poros de su piel taladrando su corazón e hincándose en su carne como en tantas otras ocasiones. El despiadado y pausado ritmo la incitó a tararear una letra que conocía a la perfección. Al principio en un susurro quedo que tan solo ella podía escuchar; pero el resucitar de los violines hizo que alzara la voz hasta que su pecho y su estómago vibraron de forma tan intensa que casi dolía.
Era presa dentro de un laberinto de imágenes y sensaciones pasadas y la vez ficticias, y no había escapatoria, porque cada una de ellas la arrastraba hasta la siguiente y la siguiente hasta la siguiente, y así, de modo que los recuerdos, las emociones y la música se fusionaban en una espiral vertiginosa de la que no deseaba ni era capaz de huir.
Sin poder moverse o dejar de cantar, el único contacto con la realidad fueron las dos lágrimas que se derramaban atravesando sus mejillas, tan frías que no parecían haber salido de su cuerpo.
Creyó que no sobreviviría a tanta belleza, a tanto dolor, a tantos recuerdos y tanta ausencia.
Imaginó que quedaría atrapada en esa canción eternamente.
Pensó que perdería la poca cordura que aún conservaba si continuaba sumergiéndose.
Y supo que todo aquello le daba igual.
Horas después estaba inconsciente. Su cuerpo descansaba semidesnudo en el suelo, sobre la alfombra. La música seguía apoderándose de la casa.
En su estado no pudo escuchar el ruido de las llaves en la puerta, ni los pasos por el pasillo. No pudo ver el miedo en el rostro de la persona que la encontró. Pero si pudo percibir el súbito silencio, las cálidas manos bajo la nuca, su nombre en los labios de alguien que conocía bien pero que no podía estar allí.
Alargó los brazos y rodeó un cuerpo, se incorporó en busca de unos labios en la oscuridad, que finalmente besó con tanta avidez y humedad, que temió perder el aliento y la consciencia de nuevo. Lloró.
Habría podido jurar que todos los laberintos, las espirales, el dolor, los recuerdos y la ausencia se habían desvanecido para siempre al escuchar sus palabras.
- "¿Me has echado de menos?"
(Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. )
Fotografía: Queen-diamond

(Bien lo sabes)

Retreat_To_Calm
Te extraño
(Bien lo sabes)
Te necesito
(Estás al corriente de ello)
Te deseo
(Lo he demostrado, con hechos, en cientos de ocasiones.)
Te amo
Y de tanto hacerlo, a veces se me olvida lo importante que es respirar, caminar, hablar, sentir, pensar
O por ejemplo, seguir viviendo.
No es culpa mía,
Sabes que te avisé con tiempo.
Soy complicada.
Confusa e incoherente.
Ni práctica ni realista.
Fue mi decisión confundirme con la brisa que enmaraña tu pelo,
Con el ambiguo fluir de las estaciones,
Con el transcurso impreciso del tiempo
Soy títere del viento por decisión propia,
El fortuito blanco de tus besos
Las huellas en la arena
Un aroma lejano e incierto
El resultado de nuestras noches de amor.
La memoria de esos momentos
Las señales en la piel
El vestigio de alguna palabra
El fruto de las sensaciones
Quizás el rastro de tu cuerpo
El eco de tus ausencias
La suma de las circunstancias.
Tal vez soy todo eso.

. .

Y no pretendo nada concreto, tan solo recordarte
que las emociones son los hilos que mueven esta
marioneta de trapo.
(Bien lo sabes)

Yol, con la luna por cerebro

Fotografía: Thisyearsgirl (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. )

Isobel

Los furiosos golpes de viento en los cristales de la ventana la sacaron bruscamente del sueño, y al abrir los ojos aún amodorrada, se encontró con una estampa poco familiar en su vida; tras el vidrio, frente a ella, el vacío azulado le devolvía una mirada infinita.

Se sintió inquieta. En el silencio aparente de la madrugada la casa entera retumbaba y crujía quedamente. A lo lejos, el tictac de un reloj resonaba como las pisadas de un elefante, y a su lado, la respiración acompasada de su joven compañero, que dormía con toda placidez abrazado a su cuerpo, sacudía la cama en cada exhalación como un temblor de tierra.

Apartó su brazo con delicadeza, y se deslizó bajo las mantas sin hacer ruido para no despertarle. Buscó las zapatillas y una chaqueta de lana para ponérsela encima del pijama y se dirigió a las escaleras.

Fuera del cuarto los sonidos eran más enérgicos, pero menos fantasmales de lo que había imaginado. La casa entera había sido invadida por corrientes de aire que la hacían chirriar desde los cimientos, llegando a dar la sensación de que se balanceaba lánguidamente, al compás de cada embestida procedente del exterior.

Caminando hacia la entrada, la imagen de un espejo de cuerpo entero se cruzó en la penumbra, y al contemplarse en la oscuridad, se vio a si misma diferente. Tenía unos seis años, el pelo algo más largo, y en lugar de una chaqueta llevaba puesto un encantador camisón con pequeñas flores estampadas. Se reconoció en los ojos, que la suerte había mantenido tan expresivos como entonces a pesar del tiempo transcurrido (aunque exactamente igual de tristes), y también en la sensación, que producía aquella niña, de encontrarse tan pérdida y asustada como ella.

La visión se esfumó en un suspiro, y un fulgor acuoso, que recorrió la superficie brillante y líquida del espejo, le devolvió por fin su imagen actual. Sin asombrarse demasiado con lo sucedido, tomó aire para relajar la tensa musculatura, se abrigó un poco y siguió adelante.

La puerta se abrió emitiendo un suave quejido, pero el viento azotó su cuerpo con saña a modo de bienvenida.

El paisaje nocturno la sorprendió en su oscuro esplendor.

Venciendo un escalofrío comenzó a avanzar, paso a paso, presa de la belleza que la rodeaba, decidida a perderse en la negra inmensidad. El cielo se encontraba parcialmente cubierto por nubes blanquecinas que ocultaban la ambigua cara de la luna llena, repartiendo sobre la explanada y la arboleda, que obstaculizaba el horizonte, una luz etérea. El único sonido en el mundo provenía del aire, que soplaba temible entre las frondosas copas de los árboles, cuyas longevas y aún flexibles ramas, se cimbreaban al ritmo que imprimía el confuso vendaval.

Sentía miedo, pero deseaba con toda su alma creerse valiente. En una especie de batalla contra si misma, sus pensamientos la impulsaban a correr hacía el refugio que la casa y su amado le ofrecían; pero su corazón palpitaba con tal ímpetu, que ahogaba los gritos de auxilio que lanzaba su mente a la desesperada.

Agotada, se detuvo.

Logró plantar los pies en la tierra con la suficiente seguridad. Deshizo la trenza de su pelo, dejándolo flotar libre, y desafiando el frío de la noche, extendió los brazos, cerrando los ojos, intentando percibir con toda la intensidad posible el milagro de aquel momento en el que se sentía invulnerable.

bitter_end___by_BlueBlack

Cuando sus fuerzas comenzaron a flaquear, la mente ganó el suficiente terreno, y apareció más allá de sus ojos una imagen clara de él asomado a la ventana observando la escena, preguntándose extrañado qué diablos sucedía.

Qué fácil sería correr hacia sus cálidos brazos y buscar en su boca el veneno suficiente para adormecer a la bestia rugiente que se escondía en su interior. Regresar bajo las mantas, a la seguridad de los cuerpos a escasos milímetros, al aliento en el oído, al olor a manzanas agrias de su piel, a su mirada triste e insondable. Qué sencillo resulta a veces -pensó- vender el alma entera a un solo sueño, si ese sueño tiene tu mirada.

El viento seguía soplando con violencia y ella temblaba. Bajó los brazos, y al darse la vuelta pudo comprobar como en efecto él la esperaba algo perplejo tras los cristales. Se miraron sin hacer un solo gesto durante unos instantes.

Ella examinó su interior en busca de respuestas a preguntas que ya no era necesario formular, y supo con tristeza que ni todo el viento del mundo podría detenerla. Dirigió su mirada a los árboles, y sus pies acataron obedientes la tácita orden. De nuevo se sentía decidida a perderse en la oscuridad, pero esta vez siendo consciente de que en la noche no habría senderos que le indicaran el camino a seguir, y mucho menos el de regreso a casa.

Para Ayriien, porque no la olvido, porque Isobel es un poco ella y un poco yo.

(Esta obra está bajo una Licencia de Creative Commons.) Fotografía: Blueblack

jueves

Paradógica declaración de no intenciones

Esto no es un intento para que me perdones. No trato de ganarme tus palabras. Tus elogios. No es una prueba, ni un experimento, tampoco es psicología inversa. See_Who_I_Am_by_auralis

No quiero que me admires, porque siento que no me conoces, aunque si lo hicieras, tampoco lo desearía. Los pedestales son una barrera más que tarde o temprano hay que saltar. ¿Crees que busco aún más obstáculos en mi camino? No me subo ya a ninguno porque es posible que después surja el miedo a bajar, y sé por experiencia, que esas caídas libres acarrean riesgos que no deseo correr.

No quiero saber lo que eres. No me vale “soy escritor” “soy poeta”, “tengo libros publicados…” Nunca me gustaron las etiquetas, y mucho menos las que me plantan en la cara como si fueran virtudes. Los únicos méritos que al final cuentan son las sonrisas que has ofrecido al corazón de las personas. Eso es lo que perdura: el amor que hayas inspirado. Todo lo demás son palabras, y las palabras en la mayoría de los casos, apestan. (No sé tú, pero yo desconfío de ellas, ¿acaso se puede llevar puesto mejor disfraz que unas seductoras palabras?)

No quiero saber quién eres. Si conectas con mi espíritu, me da exactamente igual quién seas.

No quiero que me digas quién soy, a no ser que me veas con los ojos del corazón. De ellos sí me fío. Sé que pido demasiado, pero debes comprender que tu ración de realidad no coincidirá nunca con la mía. Por eso, para ver (me) hay que cerrar los ojos de la cara, y mirar… tal vez con el alma, aunque eso debes averiguarlo tú.

Tampoco quiero que me digas lo que soy. Déjame el privilegio de descubrirlo a mí, creo que me corresponde.

Y no quiero que creas en esto porque yo lo digo, me gustaría verte vacilar, discrepar, discutir conmigo, que me pongas las cosas difíciles… Deseo que me hagas dudar. Tengo la certeza de que cada duda que nos planteamos en esta vida nos acerca un poco más a esa verdad que todos buscamos. Ayúdame entonces a crecer.

(Esto va para ti... sí, para ti.)

Fotografía:Auralis

lunes

VIII

Y al amanecer comienza la batalla.

Las huestes se reúnen en el valle al despuntar el alba.

Después del apremio de la madrugada,

la aurora enfrenta de nuevo a la tropa, a la temible contienda.

Caminamos pausadamente hacia la ofensiva.

La hora está fijada, pero nadie tiene prisa.

Un emisario trae noticias del enemigo.

“Sus tropas avanzan cargadas de silencios”-grita-

“Jamás se vio tanto orden y rigor”

Y a mi me sudan las manos al empuñar la espada

La aferro, pero casi no puedo soportar su peso.

Aún así, el frío contrae mis miembros.

El vaho espeso que exhalan las bocas de los soldados

cubre el aire tapizándolo con una espesa niebla.

Abatida busco encontrar una mirada entre la gente

que sea capaz de ahuyentar algo del pánico que me atenaza

Indago entre los ojos sin vida de los hombres

entre los gestos hoscos y malhumorados

las expresiones de temor y desconcierto,

marchan como autómatas dóciles ante la impiedad de su fortuna

El recelo y la sospecha gobiernan esta cruzada,

aunque nada, ni la esperanza, la detiene.

Y me doy cuenta,

que el vacío, la espera, la soledad y el olvido

Son ahora mis únicos compañeros en el camino.

__I_wish_You_Would_Just_Leave___by_01Ronin
Fotografía:01Ronin (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

martes

(sin título)

Moments_Over_Exaggerate_ID_by_TheTragicTruth_Of_Me

Se fuma un cigarro mientras hojea un libro. Si te acercas un poco, podrás ver que no es un libro cualquiera… Las frágiles páginas denotan sus años. Negro descolorido sobre amarillento y ajado papel. Si observas algo más, advertirás que tan solo se detiene a leer el título que encabeza los poemas que lo componen; parece que el crujir de las hojas al pasar le proporciona cierto placer.

La persiana prácticamente cerrada filtra algunos de los últimos rayos de sol de la tarde. Ella percibe el declive paulatino de la luz y sonríe levemente, sin levantar los ojos del libro, al verse sorprendida por el anochecer. Le gusta la noche, no más que el día, pero le gusta.

Ella es así, hay cosas que le gustan y cosas que no. Le gusta la noche y los gatos, la apariencia etérea que adquieren las cosas a la luz de las velas, el timbre de su voz cuando habla susurrando; escribir. Los libros viejos, las poesías románticas y las películas antiguas. El incienso también le gusta.

No le gusta sentirse estúpida, ni la forma en que su labio inferior sobresale un poco. Que le hablen en mitad de la canción que está escuchando, que le digan cómo debe sentirse, los insectos, la mediocridad de sus escritos y el jodido olor a tubo de escape que impregna sus fosas nasales cada mañana.

Tampoco le gusta que los recuerdos la asalten.

Que el pasado tenga el poder de transformarse en presente en cualquier instante, extendiendo sus tentáculos hasta arrastrarla. Volver a experimentar un eco torturado en aquellas zonas de su cuerpo que tanto dolor transigieron. Sentir “sin sentir” de nuevo las bofetadas, los golpes, las patadas. Escuchar en su mente las palabras corrompidas (grabadas a fuego), los gritos envenados, los silencios perversos, los susurros afilados como cuchillos, incluso creer percibir el viciado olor que expelía su aliento mientras la amenazaba.

Detesta haber sido víctima de toda aquella desesperación y miedo.

Odia la certeza de saber que fue ella quien permitió tanta humillación.

Ahora todo es distinto, las heridas de su cuerpo han curado. Si te fijas podrás observar que ha recuperado cierta calma, en ocasiones hasta puede disfrutar de ella. Ya no hay nadie en su vida que tenga ese poder; eso le da paz.

Pero en momentos como éste, mientras la noche se avecina, en la soledad de su casa, algo la paraliza. La mano que desliza las hojas del libro con tranquilidad, interrumpe su movimiento en el aire. En su rostro la expresión se congela; seguramente su corazón también ha dejado de latir. No puede moverse, ni pestañear, el dolor la está atravesando. Se filtra en cada uno de sus miembros, se detiene en su sangre, en sus células, hasta su cerebro. No puedo decir cuanto tiempo permanece en este estado. Normalmente, es una lágrima la que ejerce de catalizador, estalla de sus ojos vidriosos. Mientras resbala por su cara, siente su calor, y éste la despierta. Entonces recupera el aliento, respirando pesadamente, y el corazón reanuda su actividad, frenético. Parpadea hasta que se introduce de nuevo en la realidad.

Mira la hora y apaga el cigarro. Enciende las luces para exorcizar los demonios. En la puerta de la calle se escucha un ruido de llaves. Ella corre y abraza con fuerza a la persona que acaba de entrar.

-¿Qué ocurre?- dice él sorprendido.

-Nada. Ya nada.- dice ella.

Fotografía:TheTragicTruth_Of_Me (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

La mirada

Tu mirada es como un arma cargada que aguarda silenciosa, oculta en algún cajón de la casa; aparentemente inofensiva, esperando la ocasión propicia en que unas manos inexpertas por fin la empuñen para cumplir con su cruel destino. Tú, plenamente inconsciente, te reconoces distraído en el espejo por las mañanas, seguro de ser la persona más inofensiva de este mundo. Y cada noche, como siempre, sales en mi busca con total inocencia. Y aunque soy conocedora de este velado secreto, no puedo evitar ir a tu encuentro, tanteando mi estrella, buscando en tu cuerpo esa droga natural que tan sólo tú eres capaz de proporcionarme. Segura de que por más que la noche nos envuelva con su aterciopelado manto y la luna riegue de romanticismo el corazón de los amantes, o por intensa que sea mi sed, seré capaz de cerrar tus ojos con la pasión de mis besos y obtendré mi ansiada recompensa en caricias y placer, saliendo relativamente ilesa de tamaña exposición.
. . .
Que atrevimiento el mío, ni siquiera imaginar
que en algún momento, fundido en mi carne,
no me obligarás a mirarme en tus ojos.

Fotografía:
IceDance
(Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)

jueves

Una sonrisa o una lágrima, pero no más tibieza

“No hay mayor enigma, ni secreto mejor guardado que la verdad del corazón de una persona. Tú, que observas frente a la pantalla, tienes dentro de ti el sagrado misterio que todos andamos buscando en los demás, tras el que corremos sin saberlo durante toda nuestra existencia, y que tal vez, jamás logremos desvelar.”

with_out_by_shamanski

Que no se vista tu mirada de indiferencia, ni cubra mi piel la desgana.

Que tus manos no acaricien escarcha y mis palabras se pierdan en la ingravidez del desamor.

Que la apatía no gobierne nuestras noches, y yo deje de regalarte el calor de mi dulzura.

Que no se diluya la cautivadora vehemencia de tu afecto,

y el tiempo venza finalmente mis impulsos.

. . .

Los días pasan como un sesgo perverso, el tiempo es como un abismo al que no deseo asomarme. Un precipicio, en caída libre, y en el fondo, el furioso mar se estrella contra las rocas, y ruge como ruge mi corazón.

Tu calma casi hiere. ¿Es sólo mi espíritu el que grita? Estoy ante ti, aparentemente pacifica, me miras y sonríes, callas. En tu intención adivino, como quien mira el fondo de un cristalino estanque, que tu corazón se figura cómplice del mío; sabedor de mis desvelos y tribulaciones, testigo de mis temores y angustias.

Sereno, me dedicas tus caricias y tu acogedor silencio, brindándome tus brazos para aplaquen mi amargura.

Y en ellos me sumerjo, en la incandescente ternura de tus besos, en la mágica calidez de tu tacto.

Tranquilo, pausado, ese es tu ritmo.

Feroz, colérico, así es el mío.

Fotografía: Shamanski (Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.)