-“La gente siempre te acaba sorprendiendo”.
Aquel fue su primer pensamiento coherente tras morir.
Su sangre, como lava negra, manaba de sus heridas extendiéndose lentamente por el suelo de la habitación.
Suspendido en el aire como si se hallara inmerso en un sueño (sólo que esta vez no lo era) observaba su cuerpo desplomado en el suelo junto a la cama. Lo hacía apenas sin sentimientos, con una leve sensación de perplejidad al verse a si mismo, por primera vez en toda su existencia, (al menos la parte que él recordaba) desde fuera. En su recién adquirido punto de vista, la muerte no resultaba tan terrible como había imaginado, si acaso un tanto desconcertante y confusa.
Escuchó ruidos en el baño.
-Violeta- Pensó
Aquella mosquita muerta con ojos de terciopelo y cara de no haber roto un plato en su vida, le había cogido desprevenido ¿Quién lo hubiera pensado?
La conoció meses atrás, y entre sus primeras impresiones se incluía la de la típica estrecha. Pero su forma de besar tan intensa y salvaje, y su pequeño cuerpo, que prometía ser extremadamente sugerente bajo la ropa, le persuadieron de lo contrario y le impedían mandarla a paseo y dedicarse a cosas mejores o menos complicadas. Ese deseo, convertido en un reto al principio, día a día acabó por tornarse en una obsesión creciente, algo que en una realidad alternativa debería haber resultado francamente fácil para alguien como él, con sus dotes y su experiencia con las mujeres, y que por alguna razón que no alcanzaba a explicar se resistía en llegar, y por esa razón había transformado la situación en algo mucho más excitante de lo esperado, de todo a lo que estaba acostumbrado.
Aquella muchacha dulce pero nada dócil le había atrapado sin remedio, sin utilizar más táctica que la de resistirse a meterse en su cama.
Por lo demás Violeta resultaba una chica divertida y ocurrente, aunque con un exceso de ideas y a veces, sin venir a cuento, algo huraña y desconfiada. Para vencer esa suspicacia inicial e ir rindiendo una a una sus defensas, hizo acopio de toda su paciencia y comenzó a urdir una trama de seducción que respondiera paulatinamente a cada uno de los deseos secretos de ella. Así, tras un minucioso análisis de la situación y de su comportamiento, comenzó a fingir una sensibilidad especial y atormentada todavía no descubierta por el resto del mundo. Un carácter esquivo y a la vez apasionado escondido tras su apariencia de libertino, mezclado con un cierto toque de sarcasmo y algo de cinismo ante la vida que resultó ser muy del agrado de la muchacha, que a medida que observaba su fingida complejidad, se acercaba más y más a él, creyendo ver en esa imagen a un ser incomprendido tal vez reflejo de si misma, de una manera casi inconsciente.
Todas las mentiras y los esfuerzos parecían haber dado sus frutos en el tiempo y aquella noche él iba a recibir su premio, estaba seguro. Consiguió persuadirla para llevarla a casa con una absurda excusa que de sobra sabía que ella no había creído. Su consentimiento ante la propuesta reforzó aún más sus esperanzas ante la deseada recompensa. Se sentía pletórico, vencedor, y a la vez algo inseguro ante el ansia y la inminencia de lo que iba a suceder.
La hizo entrar y amablemente la despojó del abrigo. Le ofreció algo de beber, pero como de costumbre rehusó. La acompañó hasta el sofá, se sentó a su lado y cogió su mano. Temblaba como una flor azotada por la brisa. Se la veía tan frágil, tan ingenua… aunque él estaba seguro de que bajo su delicada y virginal apariencia y aquella tímida sonrisa, se escondía una gata sedienta ardiendo en deseos de experimentar ( ya se lo había demostrado con sus besos en más de una ocasión)
Su respiración era nerviosa y lenta y su sonido, en el silencio de la estancia, lo embriagaba como una droga. Se acercó a su rostro y la besó dulcemente. Sus manos se deslizaron hacía su cintura mientras los labios de ella rozaban con suavidad los suyos. Los besos se hicieron más profundos al compás del tacto de su piel. El acarició su pelo suave y lacio, la fina piel de sus hombros desnudos y hundió la cara en su cuello, lamiendo su aroma como si se tratase de un néctar que nadie hubiese probado antes. Se estremeció de deseo y supo que nada podría detenerlo: la deseaba e iba a ser por fin suya. Buscó con avidez bajo su ropa el tacto de la carne cálida, empujándola sobre las almohadas, cayendo sobre ella de forma apremiante. Susurró algo en su oído, casi con dulzura, intentando detener su impulso, pero él no podía escucharla. Finalmente consiguió tumbarse encima y la tomó sin contemplaciones. Mientras esto sucedía, ella gritaba, gemía y se removía con violencia bajo su cuerpo. Él se limitaba a seguir adelante refugiado en su cuello, concentrado en la afluencia de sensaciones, en su deseo por fin satisfecho, en su victoria.
Cuando acabó le dolía todo, se sentía desfallecido por el esfuerzo y deseaba dormir. A su lado, ella temblaba de nuevo, pero esta vez de forma diferente. Se deslizó casi con sigilo fuera del sofá y huyó cogiendo sus cosas a encerrarse en el cuarto de baño dando un portazo. La escuchó llorar durante largo rato, después sólo silencio.
Se despertó con el crujido de la puerta. Le costó volver a la realidad, y en cuanto lo hizo recordó lo que había sucedido e imaginó incómodo que habría muchos reproches y como mínimo una escenita. Sin embargo, ella caminaba segura hacía él con una enigmática sonrisa en los labios.
-¿Te apetece repetir? -dijo melosa- Ven conmigo a la cama y ya verás.
Cogió su mano y tiró de él juguetona. Al llegar a la cama, lo tumbó y subiendo su falda lo rodeó con las piernas. Comenzó a besarle como si nada hubiese sucedido. Parecía encantada con la situación; jugaba con su lengua de forma sensual, le acariciaba con el cabello y las manos, reía.
Nunca había comprendido a las mujeres, cuando decían no querían decir sí. Era imposible descifrar qué estaban pensando en realidad, ni siquiera ellas lo podían saber con certeza. Sin duda con su cambiante actitud pretendía volverle loco, pero sus intenciones no importaban con tal de que siguiera mostrándose tan cariñosa con él.
Ebrio de deseo, sintió como se situaba sobre su sexo para que la penetrara. Hacían el amor de nuevo; ella cabalgaba de forma experta su cuerpo, sonriente y silenciosa, veloz y rítmica, como queriendo llevarle apresuradamente al clímax. A él le gustaba que intentara dominar la situación de aquella manera. Le siguió el juego sin rechistar, se dejó hacer mientras se deleitaba acariciando sus suaves muslos y sus pequeños senos. A medida que se acercaba el momento, la expresión de ella parecía más concentrada y seria. Cuando por fin alcanzó el orgasmo, cerró los ojos invadido por el placer y los espasmos, y no pudo ver como justo en ese momento ella sacaba de alguna parte entre su ropa una pequeña navaja, y hábilmente, sujetando su cabeza con una mano, con la otra le cortaba la garganta de un sólo tajo.
Quizás fue mejor no verlo.
Lo que sí pudo ver fue como su propia sangre salpicaba su cara impasible mientras escapaba de su cuello. Intentó detenerla pero ya era demasiado tarde, sus brazos habían dejado de responder.
-¿Sorprendido cariño? –dijo en un susurro burlón acercándose a su oído- Ese es el problema de los tíos, que siempre lo dais todo por supuesto.
Limpió la navaja con la colcha y de una patada tiró su cuerpo al suelo mientras aún continuaba vivo. Saltó sobre él y salió de la habitación sin mirar atrás.
Y allí murió, solo, tirado en el suelo, mientras escuchaba el agua correr en el baño.
Tras lo que consideró varios minutos escuchó la puerta de la calle. Violeta se marchaba y él poco a poco, sin saber porqué, mezclándose con el aire comenzó a desvanecerse. Y fue en ese último instante cuando comprendió por fin que la gente -como la propia muerte- siempre te acaba sorprendiendo.
Fotografía: Kedralynn