Hay una gran casa donde termina la colina, frente al mar.
Un abrupto acantilado es lo único que la separa de las nubes y del azul infinito.
Nadie sabe con certeza si está habitada.
No suelen acercase por allí.
Algunos aseguran haber visto a una misteriosa mujer salir de ella
y vagar por los caminos que se adentran en el bosque.
Una mujer de ojos oscuros e indescifrables que siempre ofrece a los caminantes una tierna sonrisa
y una enigmática mirada.
Quiénes dicen haberse cruzado con ella han quedado presos de su influjo
y cada vez que se les pregunta sobre el asunto evitan responder con ojos esquivos
y se marchan alegando algo que hacer.
Es como si no deseasen revelar sus secretos, si es que acaso alguien que no existe los tiene...
Sea como fuere, los guardan en su memoria atesorándolos como algo que sólo sucede una vez en la vida.
Yo en su lugar haría lo mismo.
A veces, bajo esa suave colina que conduce al mirador, al atardecer.
Haga frío o calor solo detengo mis pasos justo al borde del precipicio,
para sentirme abrumada con esa mordiente inquietud que produce la enormidad del mar ante los ojos.
Mientras disfruto de la sensación, la casa parece estar observándome.
En ocasiones por las noches sueño que por fin mis pasos me conducen hasta ella.
Avanzo sin apartar la mirada de sus ventanas, escoltada únicamente por el rugido
de las olas al besarse con las rocas
y siempre creo ver unas sombras ocultas tras los oscuros cristales, aguardándome.
Me detengo un momento antes de abrir la cancela, intentando valorar las posibilidades,
pero son tantas, que no me queda más remedio que seguir adelante.
Subo los pocos escalones que conducen a la puerta, y llamo.
Escucho unos pasos, sé que es ella, pero siempre despierto antes de que abra
.
Esta tarde, con los últimos restos de luz, tras deleitarme con un ocaso gris, me dirigí a la casa.
La cancela estaba rota y el jardín descuidado.
Llamé a la puerta pero nadie salió a recibirme.
Rodeé la casa, miré a través de las sucias ventanas y tan sólo logré ver muebles cubiertos de polvo
y mucha oscuridad.
Me alejé despacio decepcionada y sombría.
Cada paso que daban mis pies me pesaba en el alma y consumía mis ilusiones.
Me tachaba de ingenua por haber fantaseado con la existencia de ocultos moradores en esa casa abandonada,
por creer, de un modo tan inconsciente, que un sueño cimentado en el corazón puede ser una realidad tangible.
La noche me alcanzó subiendo la colina, mientras lágrimas de impotencia nublaban mis ojos.
Paré un momento para recuperar el aliento y una gélida corriente atravesó mi cuerpo como un presagio.
Instintivamente me volví para mirar una última vez la casa.
La oscuridad me sorprendió con el destello de una cálida luz en las ventanas,
procedente de un hogar encendido que sin duda daba calor a las sombras
que cruzaban una y otra vez tras los cristales, y que parecían tan reales y vivas como yo.
Lo comprendí todo y seguí mi camino.
Ahora sé quiénes son esas sombras y qué hay que hacer para entrar en la casa.
Esta noche cuando cierre los ojos me estarán esperando.
Abrirán sus puertas a una nueva soñadora, y compartiremos historias, té y más de un ocaso.